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Lectura y bibliotecas escolares - OEI

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Didier Álvarez y Silvia Castrillón<br />

derse entre ellos y conformar su propia identidad personal. Todo ello hace que la mediación de la<br />

lectura sea, además de una práctica dialógica, una práctica histórica y autobiográfica.<br />

Más que una mediación<br />

En este sentido resulta incluso muy inquietante que se llame mediación lectora a una práctica tan<br />

profundamente determinada por enfoques, paradigmas y hasta ideologías diversas. De hecho, llamar<br />

mediación a la intervención en el territorio de la formación de los lectores y la promoción del derecho<br />

a integrarse y vivir en la cultura escrita no deja de parecer bastante reducido y hasta ingenuo.<br />

Parece que con ello se proscriben otras ideas, otras concepciones que nombran la intervención<br />

lectora desde convicciones y compromisos éticos y políticos específicos y explícitos, como lo hace,<br />

por ejemplo, la propuesta de alfabetización freiriana, o la educación popular, la pedagogía social,<br />

la animación sociocultural, la filosofía práctica y la pedagogía ética, campos todos que frecuentemente<br />

acuden a los territorios de la cultura escrita buscando en ella cumplir con sus ideales de<br />

emancipación, promoción humana y crítica de los órdenes sociales inhumanos.<br />

Hablar de mediación lectora no deja de antojarse una expresión políticamente correcta, que no<br />

convoca, con la claridad y decisión éticas y políticas suficientes, una intervención social dirigida a<br />

la integración y promoción plena del derecho a vivir y construirse un lugar en la palabra (su escritura<br />

y su lectura); es decir, de habitar significativamente el territorio de la cultura escrita. Tal vez<br />

ello sea la base ideológica de una concepción ingenua de la acción social o, peor, una corrupción<br />

de la tarea de la educación que renuncia por estas vías a su compromiso con el ser humano que se<br />

busca a sí mismo, y que hace concesiones éticas, políticas y estéticas.<br />

Si ha de usarse el concepto de mediación lectora, debería hacerse con la advertencia de que es<br />

ante todo una práctica de intervención en la dimensión simbólica de la cultura escrita que conlleva<br />

grandes y evidentes presupuestos y consecuencias éticas, políticas y estéticas. Que debe ser, como<br />

se puede comprender a partir de una luminosa idea de Graciela Montes, “una acción que parte del<br />

enigma y no de la consigna” (Montes, 1999). Es decir, algo que ayuda a las personas a deconstruir,<br />

entender y transformar ese universo vasto, ambiguo, misterioso y siempre incógnito que es el<br />

mundo, el otro y el sí mismo; a habilitar la duda, el enigma, el reto, la dificultad… No a llenar los<br />

silencios a quienes se pretende incorporar a la cultura escrita, no a hacerles “más fácil” la ardua<br />

tarea de dar respuesta a lo que cada uno es y debe hacer por su vida.<br />

En este sentido, la mediación como práctica de humanización no se orienta hacia la conformación<br />

de individuos, sino de personas (como sujetos de sí mismos) que se reconocen en las esferas<br />

de lo subjetivo y de lo ciudadano, merced a que juegan conscientemente en las relaciones de poder<br />

instauradas y reproducidas en la cultura escrita. Eso es lo que debe hacer la mediación lectora:<br />

ayudar a las personas a develar lo que encierra la palabra, a “ir más allá” de esta y a cuestionar las<br />

relaciones de poder que encarnan las prácticas de escribir y de leer.<br />

Para ello debe entenderse que la mediación lectora comienza en el momento mismo de la selección<br />

de los materiales de lectura. La selección no es inocua ni neutral, de ella depende en gran<br />

parte que se cumpla lo que se busca en la mediación como práctica de humanización. Por ello,<br />

seleccionar requiere un buen conocimiento de la oferta de materiales de lectura que, sin duda<br />

alguna, y cada vez más dramáticamente, se configura especialmente en función de los intereses<br />

comerciales, problema que impone mayores exigencias a la tarea cultural del mediador.<br />

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