Lectura y bibliotecas escolares - OEI
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Lo que leen los jóvenes y las instituciones educativas: de la transmisión a la mediación<br />
de comunicación de masas no son ni arcaicos (los modelos son norteamericanos) ni autoritarios<br />
(cada cual es libre de consumirlos o de no consumirlos), sino democráticos, puesto que su difusión<br />
depende de las decisiones del público de a pie. Por primera vez desde tiempos de Gutenberg<br />
se pone en duda la supremacía de lo impreso y, por lo tanto, de la lectura como forma inevitable<br />
de acceder a “todos los conocimientos del mundo”.<br />
Para luchar contra esas “escuelas paralelas”, los mediadores cambian de táctica. Si los niños se<br />
pasan a la televisión ¿no será porque se les ofrece, como hacen los profesores de literatura, obras<br />
“demasiado difíciles”? Los profesores saben que sus alumnos no pueden apreciar la ironía imaginativa<br />
de Pierre Menard, autor del Quijote o la gracia absurda de Cronopios y famas: ahí están<br />
ellos para hacérselo notar. Pero ¿las lecturas libres deben ceñirse a esos criterios <strong>escolares</strong> 61 ? ¿Al<br />
ofrecer a niños de diez años Oliver Twist o El principito, no se propicia un fracaso en vez de un<br />
logro? Se revisan “a la baja” los criterios del BIE y, a partir de las décadas de 1960 y 1970, la escuela<br />
da paso, como en Estados Unidos, a las series de moda y a las historietas y aumenta el lugar de<br />
los tomos de estas. Cuanto favorezca la lectura vale, el lema de los mediadores es conseguir por los<br />
medios que sea que se lea, recurriendo a las mismas tácticas que los medios de comunicación audiovisuales.<br />
El “placer de leer” se convierte en un eslogan consensuado, los contenidos no tienen<br />
ya por qué contar con consenso alguno, puesto que dependen de las preferencias subjetivas.<br />
¿Estamos ante una ruptura con los ideales de la década de 1920? Más bien se trata de un alejamiento<br />
debido a la pérdida de unas cuantas ilusiones, que requiere una nueva formulación, en un<br />
entorno nuevo, de los objetivos definidos en 1920. En los discursos se sigue predicando la educación<br />
mediante la lectura y la valoración de obras del mundo entero, sin limitarse a los autores<br />
que escriban en la lengua nacional. Pero las leyes del mercado están en las antípodas: dan preferencia<br />
a los best-sellers, reducen de facto el abanico de elecciones, al tiempo que aparecen todos<br />
los años decenas de miles de títulos nuevos. Las modas las fijan las Ferias del Libro Juvenil, en<br />
donde se negocian contratos y derechos de traducción. La cantidad de traducciones, en una lengua<br />
estándar, de libros norteamericanos es abrumadora. Debido a ello, la literatura juvenil parece<br />
un iceberg. La parte que se ve la componen clásicos de toda la vida y títulos bien conocidos, que<br />
se consideran difíciles para los niños de hoy, pero inevitables. La van enriqueciendo muy poco a<br />
poco títulos nuevos. La parte sumergida consta de lo esencial de las publicaciones, que no es un<br />
depósito, sino un flujo del que solo saben los especialistas y se renueva continuamente. Pueden<br />
verse en él libros que han tenido éxito (y seguirán editándose durante una temporada); y todos<br />
los demás son de vida breve: una novela o un tomo de historietas que no han dado con su público<br />
al cabo de tres meses desparecen de las librerías y la bibliotecaria no podrá sustituir un ejemplar<br />
deteriorado. ¡Viva lo nuevo!<br />
Este fenómeno se aceleró con la llegada de los medios de comunicación digitales, a los que les<br />
llegó el turno de desviar el caudal de imaginación de los jóvenes hacia otros soportes; los videojuegos<br />
en 3D crean mundos lúdicos en los que se puede entrar para vivir guiones novelescos,<br />
inventar peripecias, interactuar con personajes de ficción e imaginar desenlaces. ¿No era exactamente<br />
eso lo que deseaban quienes andaban buscando “métodos activos” para desarrollar el<br />
mundo imaginario de los niños? De momento, a los educadores les da miedo la fascinación que<br />
ejercen sobre ellos esos nuevos soportes, de la misma forma que les dieron miedo los estragos de<br />
61<br />
Daniel Pennac defendió vehementemente la libertad del lector en Comme un roman, París, 1992 (Como<br />
una novela, Anagrama, 1994, traducción de Joaquín Jordá).<br />
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