Lectura y bibliotecas escolares - OEI
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De la mediación de la lectura o de cómo “ir más allá”<br />
Con ello se olvida que la escuela no tiene el monopolio de la integración de las personas a la<br />
cultura escrita, pues solo es una institución con una tarea –gran tarea, de hecho– de formalizar<br />
la adquisición de la competencia lectora. También se ignora que la biblioteca no tiene el dominio<br />
absoluto de la información, puesto que, al contrario, la mayor parte de la información que se produce<br />
y circula en la sociedad lo hace por otros medios: unos muy amplios en los cuales circula la<br />
información que banaliza la experiencia de sí mismo en el mundo; y otros muy restringidos por<br />
los cuales se mantienen los órdenes excluyentes que amparan el uso del poder de ciertos grupos<br />
sociales.<br />
Sin duda, separar estas dos dimensiones culturales conlleva el gravísimo riesgo de distanciar las<br />
intervenciones que complementariamente deberían hacer maestros y bibliotecarios en su calidad<br />
de mediadores de la lectura. Esto puede llevar a la atomización de la acción social y cultural del<br />
aula y de la biblioteca escolar.<br />
Frente a ello hay que plantear la unidad cognitiva y pragmática de la cultura escrita y la información.<br />
Ciertamente, si se tiene claro que la información es una dimensión de la cultura escrita, se<br />
pueden empezar a romper las dicotomías que se establecen en la escuela entre lectura útil e inútil,<br />
y lectura recreativa e informativa, por ejemplo. En efecto, leer información no es acumular datos,<br />
cifras, etc. Para leerla, el lector requiere de unos recursos culturales y cognitivos, históricos y políticos<br />
específicos, que le permitan criticar esa información, elaborarla, manipularla y verla desde<br />
afuera, es decir, “ir más allá de ella”.<br />
Es en el marco de estas cuestiones donde se ubica el asunto, absolutamente crítico, de la mediación<br />
de la lectura como práctica dirigida a ofrecer y promover condiciones dignas y dignificantes<br />
de lectura e impulsar en el lector la necesidad de “ir más allá”, en su apropiación de la cultura<br />
escrita, en la comprensión del funcionamiento del conocimiento y en la generación de nuevas<br />
necesidades de comprensión de su propia vida y del mundo, desde su múltiple condición de persona<br />
(sujeto de sí mismo), de sujeto social (que vive con otros) y de ciudadano (sujeto de poder).<br />
Desde estas perspectivas se podría empezar a concretar una estrategia clara para luchar contra<br />
aquellas terribles cegueras del conocimiento: el error y la ilusión o la tendencia de los hombres a<br />
elaborar “[…] falsas concepciones de ellos mismos, de lo que hacen, de lo que deben hacer, del<br />
mundo donde viven”, que denuncia Edgard Morin en sus Siete saberes necesarios para la educación<br />
del futuro (Morin, 1999).<br />
AULA Y BIBLIOTECA<br />
A la luz de lo planteado anteriormente, es claro que el aula y la biblioteca cumplen, en el seno de la<br />
escuela, funciones diferenciadas, pero a la vez complementarias, de socialización en cuanto ayudan<br />
a integrar a las personas en la cultura escrita y, con ello, en la conformación de capacidades<br />
básicas de uso de la información. No obstante, esta labor conjunta se enfrenta a grandes tropiezos<br />
en el marco de las sociedades contemporáneas, lo que hace que se gesten socializaciones fallidas en<br />
la cultura escrita que, por sus propias estructuras conceptuales, metodológicas e ideológicas, no<br />
humanizan, sino que alienan.<br />
Hay que aclarar que la tarea de socialización que cumplen el aula y la biblioteca se mueve entre<br />
dos construcciones simbólicas supremamente complejas y profundamente interdependientes: la<br />
cultura social y el currículo. En ese horizonte se les propone principalmente la tarea de participar<br />
en la integración de las personas a los órdenes social, cultural y político imperantes, tarea que<br />
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