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Benito Perez Galdos - Fortunata y Jacinta - v1.0

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daba el sol, el ambiente seco, quieto y abrasado<br />

tostaba. Ni aun las ramas más altas de<br />

los árboles de la huerta se movían, y el disco<br />

de Parson, inmóvil, miraba a la inmensidad<br />

como una pupila cuajada y moribunda. De<br />

doce a tres, se suspendía todo trabajo en la<br />

casa, porque no había cuerpo ni espíritu que<br />

lo resistiera. [309] Algunas monjas se retiraban<br />

a su celda a dormir la siesta; otras se<br />

iban a la iglesia que era lo más fresco de la<br />

casa, y sentadas en las banquetas, apoyando<br />

en la pared su espalda, o rezaban con somnolencia,<br />

o descabezaban un sueñecillo.<br />

Las Filomenas caían también rendidas de<br />

cansancio. Algunas se iban a sus dormitorios,<br />

y otras tendíanse en el suelo de la sala de<br />

labores o de la escuela. Las monjas que las<br />

vigilaban permitían aquella infracción a la<br />

regla, porque ellas tampoco podían resistir, y<br />

cerrando dulcemente sus ojos y arrullándose<br />

en un plácido arrobo, conservaban en las<br />

facciones, como una careta, el mohín de la

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