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Benito Perez Galdos - Fortunata y Jacinta - v1.0

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larga, angulosa, doblándose en las esquinas<br />

del muro. "¡Ah!… <strong>Jacinta</strong>, yo te quisiera ver<br />

casada con este… Entonces me reiría, me<br />

estaría riendo tres años seguidos".<br />

Maximiliano se desnudaba para acostarse.<br />

Al quitarse el chaleco, salían de las bocamangas<br />

los hombros, como alones de un ave<br />

flaca que no tiene nada que comer. Luego,<br />

los pantalones echaron de sí aquellas piernas<br />

como bastones que se desenfundan. Todas<br />

sus coyunturas funcionaban con trabajo, cual<br />

si estuvieran mohosas, y el pelo se le había<br />

hecho tan ralo, que su cabeza ofrecía una de<br />

esas calvas sin dignidad que suelen verse en<br />

jóvenes de poca y mala sangre. Al meterse<br />

en la cama y estirar los huesos, exhalaba un<br />

¡ah! que no se sabía si era de dolor o de gusto.<br />

<strong>Fortunata</strong>, fingiendo dormir, se volvió<br />

para el otro lado y a media noche dormía de<br />

veras. [314]<br />

A la madrugada abrió los ojos. La alcoba<br />

estaba en completa oscuridad. Oyó la respiración<br />

de su marido, áspera a ratos, a ratos

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