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Benito Perez Galdos - Fortunata y Jacinta - v1.0

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Cuando <strong>Fortunata</strong>, después de un ratito de<br />

palique con la comandanta, penetró en la<br />

otra casa, vio cosas que la pasmaron. Guillermina,<br />

dejando su mantilla y su libro de<br />

misa sobre el sofá, desempeñaba junto a<br />

Mauricia las obligaciones más penosas del<br />

arte de cuidar enfermos, acometiendo con<br />

actividad maquinal las [297] faenas más repugnantes,<br />

como persona que tiene la obligación<br />

y la costumbre de hacerlo. Severiana<br />

se esforzaba en impedirlo; pero Guillermina<br />

no cedía. "Déjame tú… si a mí esto no me<br />

cuesta ningún trabajo… Vete a ver lo que<br />

quiere Juan Antonio, que está dando voces<br />

hace un rato". La pobre menestrala deseaba<br />

tener tres o cuatro cuerpos para atender<br />

todo. "Hombre, ten consideración. ¿Cómo<br />

quieres que deje a la señora en…?". Al ver la<br />

de Rubín este tráfago y la poca gente que<br />

había para tan diversos quehaceres, brindose<br />

gustosa a ayudar. Lo que hacía Guillermina<br />

era para asustar a cualquiera. <strong>Fortunata</strong> no<br />

se creía con valor para tanto. Y sin embargo,

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