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Benito Perez Galdos - Fortunata y Jacinta - v1.0

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menos que mirarse en ella como en un espejo.<br />

Se vio allí bien claro, cual vestigio honroso<br />

conservado sólo por indulgencia del tiempo.<br />

"Todo envejece -pensó-, y cuando las<br />

piedras se gastan, ¡cómo no ha de gastarse<br />

el cuerpo del hombre!".<br />

Y los síntomas de decadencia aumentaban<br />

con rapidez aterradora. Dos días después<br />

notó Feijoo que no oía bien. El sonido se le<br />

escapaba, como si el mundo todo con su bulla<br />

y las palabras de los hombres se hubieran<br />

ido más lejos. <strong>Fortunata</strong> tenía que gritar para<br />

que él se enterase de lo que decía. A lo penoso<br />

de esta situación uníase lo que tiene de<br />

ridículo. Verdad que aún andaba al paso de<br />

costumbre; pero el cansancio era mayor que<br />

antes, y cuando subía escaleras, el aliento le<br />

faltaba. Mirábase al espejo por las mañanas,<br />

y en aquella consulta infalible notaba fláccidas<br />

y amarillentas sus mejillas, antes lozanas;<br />

la frente se apergaminaba, [151] y tenía<br />

los ojos enrojecidos y llorones. Al ponerse<br />

las botas, la rodilla derecha le dolía como

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