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Benito Perez Galdos - Fortunata y Jacinta - v1.0

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sus ojos pardos le lucían como dos carbones<br />

encendidos, y su boca traía bosquejada una<br />

sonrisa. Desde que la vio entrar, conoció<br />

Maximiliano que su cólera se había aplacado.<br />

El guano, como decía Torquemada, no podía<br />

menos de dulcificarla; y llegándose a donde<br />

estaba el delincuente, que no se había movido<br />

de la butaca, le puso una mano en el<br />

hombro, empuñando fuertemente en la otra<br />

los billetes, y le dijo:<br />

"No, no te sofoques… no es para tomarlo<br />

así. Yo te digo estas cosas por tu bien…".<br />

- Yo, realmente -repuso Maximiliano con<br />

serenidad, que más le asombró a él mismo<br />

que a doña Lupe-, no me he sofocado… yo<br />

estoy tranquilo, porque mi conciencia…<br />

Aquí se volvió a embarullar. Doña Lupe no<br />

le dio tiempo a desenvolverse porque se metió<br />

en la alcoba, cerrando las vidrieras. Desde<br />

el gabinete la sintió Maximiliano trasteando.<br />

[134] Guardaba el dinero. Abriendo después<br />

la puerta, mas sin salir de la alcoba, la<br />

señora siguió hablando con su sobrino:

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