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Benito Perez Galdos - Fortunata y Jacinta - v1.0

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y la extenuación le agrandaba los ojos. Las<br />

curvas airosas de la boca eran más rasgueadas,<br />

y la decomisura de los labios, que parecía<br />

obra de un agudo punzón, dábale cierto<br />

aspecto de grandeza caída o de humillación<br />

sublimemente resignada. Las cárdenas ojeras<br />

le cogían media cara; el superciliar salía<br />

como una visera; los ojos, hermosos y ardientes,<br />

quedábanse allá dentro, y rodeados<br />

de aquella piel morada relumbraban más,<br />

como si acecharan el acaso que iba a pasar.<br />

Las cejas negras formaban una sola línea<br />

recta. La frente era espaciosa, con un mechón<br />

de pelo negro… En fin, que la Dura<br />

completaba la historia aquella expuesta en<br />

las paredes: era el Napoleón en Santa Helena.<br />

Cuando doña Lupe y <strong>Fortunata</strong> la saludaron,<br />

las estuvo mirando un rato, como si<br />

tardara en reconocerlas. Después las nombró.<br />

¡Qué voz! Siempre fue ronca la voz de<br />

Mauricia; pero había bajado ya a lo más grave<br />

del diapasón. "¡Dios mío! -se dijo Fortu-

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