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Benito Perez Galdos - Fortunata y Jacinta - v1.0

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Entre tanto, <strong>Fortunata</strong>, al salir de la casa de<br />

su marido, y antes de dirigirse a su nueva<br />

morada, encaminó sus pasos a la de D. Evaristo.<br />

Era este la primera persona a quien<br />

tenía que consultar sobre la crítica situación<br />

en que se encontraba. Referirle lo ocurrido<br />

era ya para ella un verdadero castigo de su<br />

perversidad, porque de sólo pensar que lo<br />

refería, le entraba espanto. ¡Bueno se iba a<br />

poner Feijoo, al saber que la chulita había<br />

hecho mangas y capirotes de la doctrina<br />

práctica expuesta con tanto ardor y cariño<br />

por el simpático anciano, cuando dispuso la<br />

separación! ¡Cuánto mejor no haberse separado<br />

de aquel hombre sin igual! ¡Ella le<br />

habría soportado en su vejez caduca, y<br />

habría sido feliz cuidándole como se cuida a<br />

un niño inocente! Al llegar a la Plaza de los<br />

Carros, y al ver la calle de Don Pedro, pensó<br />

que no tendría valor para contarle a su amigo<br />

sus últimas calaveradas. Subió temblando<br />

por la ancha escalera, que estaba aquel día<br />

alfombrada y con muchos tiestos, porque la

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