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Benito Perez Galdos - Fortunata y Jacinta - v1.0

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sobre aquella alma sencilla y con fe tan ciega<br />

la respetaba y obedecía él, que si Barbarita<br />

le hubiera dicho: "Plácido, hazme el favor de<br />

tirarte por el balcón a la calle", el infeliz no<br />

habría vacilado un momento en hacerlo.<br />

Andando los años, y cuando ya Estupiñá iba<br />

para viejo y no hacía corretaje ni contrabando,<br />

[89] desempeñó en la casa de Santa<br />

Cruz un cargo muy delicado. Como era persona<br />

de tanta confianza y tan ciegamente<br />

adicto a la familia, Barbarita le confiaba a<br />

Juanito para que le llevase y le trajera al<br />

colegio de Massarnau, o le sacara a paseo los<br />

domingos y fiestas. Segura estaba la mamá<br />

de que la vigilancia de Plácido era como la de<br />

un padre, y bien sabía que se habría dejado<br />

matar cien veces antes que consentir que<br />

nadie tocase al Delfín (así le solía llamar) en<br />

la punta del cabello. Ya era este un polluelo<br />

con ínfulas de hombre cuando Estupiñá le<br />

llevaba a los Toros, iniciándole en los misterios<br />

del arte, que se preciaba de entender<br />

como buen madrileño. El niño y el viejo se

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