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Benito Perez Galdos - Fortunata y Jacinta - v1.0

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marse de que la señorita no estaba, subió<br />

lentamente hacia la iglesia, y al pasar por<br />

delante de ella y ver una cruz de hierro que<br />

hay en el atrio, vínole al pensamiento la idea<br />

de que debía haberse traído el revólver. Retrocedió,<br />

y a mitad del camino acordose de<br />

que su mujer había guardado el arma. ¡Qué<br />

tonto estuvo él en permitírselo! Volvió a tomar<br />

la dirección Norte, sintiendo en su alma<br />

el suplicio indecible que producía la conjunción<br />

de dos sentimientos tan opuestos como<br />

el anhelo de la verdad y el terror de ella. Al<br />

distinguir el motor de noria que se destacaba<br />

sobre la casa de las Micaelas, no pudo reprimir<br />

un ahogo de pena que le hizo sollozar. El<br />

disco no se movía.<br />

Pasó el joven más allá de los Almacenes de<br />

la Villa y examinó las casas de un solo piso<br />

alto que allí existen. Como ignoraba cuál era<br />

la que servía de abrigo a los adúlteros, resolvió<br />

vigilarlas todas. La noche se venía encima<br />

y Maxi deseaba que viniese más aprisa<br />

para dejar de ver el disco, que le parecía el

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