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Benito Perez Galdos - Fortunata y Jacinta - v1.0

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civilizada. Porque Madrid no tenía de metrópoli<br />

más que el nombre y la vanidad ridícula.<br />

Era un payo con casaca de gentil-hombre y<br />

la camisa desgarrada y sucia. Por fin el paleto<br />

se disponía a ser señor de verdad. Isabel<br />

Cordero, que se anticipaba a su época, presintió<br />

la traída de aguas del Lozoya, en aquellos<br />

veranos ardorosos en que el Ayuntamiento<br />

refrescaba y alimentaba las fuentes<br />

del Berro y de la Teja con cubas de agua<br />

sacada de los pozos; en aquellos tiempos en<br />

que los portales eran sentinas y en que los<br />

vecinos iban de un cuarto a otro con el pucherito<br />

en la mano, pidiendo por favor un<br />

poco de agua para afeitarse. [65]<br />

La perspicaz mujer vio el porvenir, oyó<br />

hablar del gran proyecto de Bravo Murillo,<br />

como de una cosa que ella había sentido en<br />

su alma. Por fin Madrid, dentro de algunos<br />

años, iba a tener raudales de agua distribuidos<br />

en las calles y plazas, y adquiriría la costumbre<br />

de lavarse, por lo menos, la cara y<br />

las manos. Lavadas estas partes, se lavaría

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