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Benito Perez Galdos - Fortunata y Jacinta - v1.0

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sadas vergüenzas y desdichas, y se prometió<br />

vigilar mucho. Estuvo la señora de morros<br />

toda la noche, y <strong>Fortunata</strong> de más morros<br />

todavía, sintiendo que se apoderaba de su<br />

alma la aversión a toda aquella familia. No<br />

les podía ver. Eran sus carceleros, sus enemigos,<br />

sus espías. A cualquier parte de la<br />

casa que fuese, seguíala doña Lupe. Se sentía<br />

vigilada, y el rechinar de las zapatillas de<br />

su tía le causaba violentísima ira. Al día siguiente,<br />

después de almorzar, y cuando Maxi<br />

se había marchado a la botica, tuvo tanto<br />

miedo <strong>Fortunata</strong> a que la ira estallase, que<br />

para evitarlo se ató una venda a la cabeza,<br />

fingiendo jaqueca, y encerrándose en su alcoba,<br />

acostose en su cama. A la media hora<br />

le entró, como el día anterior, la embriaguez<br />

aquella, el desvanecimiento de las ideas, que<br />

se emborrachaban con tragos de dolor y se<br />

dormían.<br />

En tal situación siente vivos impulsos de<br />

salir a la calle; se levanta, se viste, pero no<br />

está segura de haberse quitado la venda.

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