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Benito Perez Galdos - Fortunata y Jacinta - v1.0

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to pensar que era honrada, le dolía horriblemente<br />

la cabeza, Al otro día la señorita estaba<br />

un poco mejor, se había levantado y apetecido<br />

un sopicaldo. "Pero sigue con la misma<br />

idea -añadió no sin malicia la chica, que<br />

era graciosa y avisada-. Se lo prevengo, señor,<br />

para que le lleve el genio y le diga que<br />

sí".<br />

- Descuida, hija -replicó el caballero-, que<br />

por mí no ha de quedar. ¿Puedo verla? ¿No<br />

la molestaré mucho? ¿Sabe que estoy aquí?<br />

- Ya lo sabe. Espérese un ratito y pasará.<br />

Quedose solo en el comedor mi hombre, y<br />

después de quince minutos de espera, Dorotea<br />

le mandó pasar. Estaba <strong>Fortunata</strong> en su<br />

gabinete, tendida en el sofá, la cabeza reclinada<br />

sobre un almohadón de raso azul. Tenía<br />

puesta la bata de seda y un pañuelo blanco<br />

finísimo a la cabeza, tan ajustado, que no se<br />

le veía más [118] que el óvalo del rostro.<br />

Estaba ojerosa, pálida y muy abatida. Como<br />

D. Evaristo se preciaba de saber algo de medicina,<br />

tomole el pulso.

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