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Benito Perez Galdos - Fortunata y Jacinta - v1.0

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Mirola Guillermina, sintiendo el espanto más<br />

grande que en su vida había sentido… <strong>Fortunata</strong><br />

agachó más la cabeza… Sus ojos negros,<br />

situados contra la claridad del balcón,<br />

parecía que se le volvían verdes, arrojando<br />

un resplandor de luz eléctrica. Al propio<br />

tiempo dejó oír una voz ronca y terrible que<br />

decía: "¡La ladrona eres tú… tú! Y ahora<br />

mismo…". [380]<br />

La ira, la pasión y la grosería del pueblo se<br />

manifestaron en ella de golpe, con explosión<br />

formidable. Volvió a la niñez, a aquella época<br />

en que trabándose de palabras con alguna<br />

otra zagalona de la plazuela, se agarraban<br />

por el moño y se sacudían de firme, hasta<br />

que los mayores las separaban. No parecía<br />

ser quien era, ni debía de tener conciencia de<br />

lo que hacía. <strong>Jacinta</strong> y Guillermina se acobardaron<br />

un momento; pero luego la primera<br />

lanzó un grito de angustia, y la santa salió a<br />

pedir socorro. No tuvo tiempo <strong>Fortunata</strong> de<br />

prolongar su altercado ni de volver en sí,<br />

porque apareció en la puerta el criado de

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