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Benito Perez Galdos - Fortunata y Jacinta - v1.0

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casa; pero que con el tiempo… si daba pruebas<br />

de arrepentimiento… En fin, que ya saldría<br />

la epístola tan guapamente. Excitado por<br />

estas ideas y propósitos, entró en su casa, y<br />

al dirigirse a su cuarto y oír la voz de su tía<br />

que desde la sala le llamaba, sintió en el corazón<br />

como si se lo tocaran con la punta de<br />

un alfiler… Entró en la sala, y… ¡lo que vieron<br />

sus ojos, Dios omnipotente!… ¡Dios que<br />

haces posible lo imposible! En la sala estaba<br />

<strong>Fortunata</strong>, en pie, lívida como los que van a<br />

ser ajusticiados…<br />

Maximiliano no cayó redondo por milagro<br />

de Dios… Dijo ¡ah!… y se quedó como una<br />

estatua. Tampoco ella chistaba nada y sus<br />

miradas caían al suelo como pesas de plomo.<br />

Por [231] fin el joven, en el último grado de<br />

la turbación y del desconcierto, se aventuró<br />

a hablar, y dijo algo así como buenas tardes…<br />

y después: Yo creí que… y luego: De<br />

modo que usted, tía…<br />

"No, yo no me meto en nada -declaró doña<br />

Lupe, que estaba sentada como presidiendo-

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