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artículos La imagen de la virtud doméstica en la obra de Van Gogh
mujer en la sociedad, de lo observado, lo leído, la tradición pictórica en la que bebe
el artista, sus propias necesidades existenciales o emotivas y de una climatología
adversa que le impedía trabajar al aire libre.
Pero esta imagen permanecerá a lo largo de su vida y aflora constantemente
en su obra posterior, tanto durante la etapa de convivencia con Sien, en Nuenem
con Los comedores de patatas, como en su breve experiencia en la metrópoli parisina,
adaptándola al modelo burgués y más urbano del “ángel del hogar”, para culminar
en Arlés con La Berceuse.
LA HAYA. SIEN (DICIEMBRE, 1881-SEPTIEMBRE, 1883).
La referencia al modelo establecido en la pintura de género holandesa de la
Edad de Oro parece esfumarse de repente en los trabajos que realiza en la Haya. Y
la explicación a esto, como no podía ser de otra manera, nos la ofrece de forma
explicita en una de sus cartas.
En la misma carta (diciembre de 1881) en la que le cuenta a Theo el incidente
que tuvo lugar en casa de sus tíos en Ámsterdam, después del cual pasó unos
días en la Haya junto a Anton Mauve, Van Gogh reniega de la religión de sus padres
y lanza un grito desesperado y a la vez esperanzado sobre la necesidad imperiosa
de tener una mujer:
“(...) Ese muro de iglesia imaginario me valió un enfriamiento persis tente de
los huesos y la médula, sobre todo de los huesos y la médula de mi alma. Me
repetí que no debía dejarme desorientar por ese sentimiento fatal. Pensé: quisiera
tener una mujer a mi lado, no puedo vivir sin amor, sin una mujer. No
daría dos centavos por la vida si no hubiera en ésta algo de infinito, profundo,
real. Pero repliqué para mis adentros: Tú dices «ella y ninguna otra”, y
ahora irías con otra mujer, no sería razonable, eso peca contra la lógica. Ésta
es mi respuesta a esa objeción ¿quién manda, la lógica o yo, la lógica me
sirve a mí o yo sirvo a la lógica, acaso no hay razón e inteligencia en mi sinrazón
y mi estupidez? Que actúe bien o mal, no puedo hacer otra cosa, ese
maldito muro es demasiado frío, necesito una mu jer, no puedo y no quiero
vivir sin amor. No soy sino un hombre, y encima un hombre lleno de pasiones;
necesito una mujer, de no ser así me conge laré, me petrificaré y me
dejaré confundir. Tuve que entablar una lucha interior encarnizada, en cuyo
transcurso se impusieron ciertas considera ciones relativa s a nuestro físico y
a la higiene, que la amarga experiencia más o menos me ha enseñado. Uno
no podría estar ni demasiado tiempo ni impunemente sin una mujer. No creo
que aquello que algunos llaman Dios, otros el Ser Supremo, otros más la
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