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encontrar unos principios, específicamente en el hombre contemporáneo, que nos
permitan comprender algunas de las razones de lo que venimos tipificando como arte
invisible, un modo de aparición artística que nos parece muy significativo de los profundos
movimientos que ha experimentado nuestra cultura desde su inaugural
modernidad, y que proyecta en el futuro todo un abanico de posibilidades de un arte
que ya no se limite a sus espacios tradicionales de exposición e intercambio.
Aclaremos, por tanto, que cuando empleamos la expresión arte invisible lo
hacemos para hablar de toda una serie de manifestaciones artísticas contemporáneas
que no aparecen como tales, esto es, no se muestran como obras de arte, sino
como simples imágenes en un paisaje mediático que emplean como territorio en el
que camuflarse. Y, paradójicamente, han de hacerlo así para actuar de modo efectivo
en él: su sentido marcadamente crítico con respecto a la praxis vital a la que se
refieren no encuentra lugar en los habituales espacios para el arte, pues éstos ya
están reconocidos y marcados, precisamente, como escenarios del arte, esto es,
como ámbitos eminentemente ficticios. Al contrario, lo que se pretende desde estas
actuaciones es incidir de forma directa y, sobre todo, no avisada, en un sujeto contemporáneo
que ya no se halla en posición de haber ido a ver una obra de arte, sino
que va a encontrarse con una imagen -repetimos, que no reconoce como artísticaque
provoca un conflicto en la propia relación de este sujeto con los principios de realidad
que le permiten leer el mundo en torno. Ejemplos de este modo de funcionamiento
artístico pueden aportarse muchísimos, mas uno que nos resultará particularmente
cercano es el trabajo de Rogelio López Cuenca (Nerja, 1959), del cual traemos
a estas líneas varias intervenciones urbanas.
Acerquémonos, pues, a este modo de comprender la acción del arte en la
sociedad pensando la figura a la cual se dirige. Pensemos ese sujeto de un arte
invisible.
ACERCA DE UN CONCEPTO DE SUJETO.
Ante todo, vamos a tratar de realizar una reconsideración de esos usos que
damos al término “sujeto”, pues, desde que se instituyen la estética, la historia del
arte o la crítica de arte, esto es, las disciplinas teóricas en las que se manifiesta la
naciente autonomía del arte, hasta el momento actual en el que tratamos la cuestión,
el protagonista del proceso de conocimiento que atribuimos al arte ha experimentado,
según veremos, no pocas modificaciones. No podremos, pues, comenzar sin
señalar que cuando empleamos el término “sujeto” nos estamos refiriendo a una
acepción del mismo que lo define como sujeto cognoscente. No se trata, pues, ni de
un sujeto lógico, ni de un sujeto ontológico, como claramente distingue Ferrater Mora
en su Diccionario de Filosofía: en él, define, pues, al sujeto cognoscente como sigue:
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Carlos Miranda Mas