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Descargar PDF - Fondo Editorial del Caribe / Anzoátegui

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va rumbo al sur de Francia, por la ruta de Marsella- Aix-Arles-Nimes-Montpellier-Béziers-Narbona-Carcasona-Castelnaudary,<br />

para visitar a mis sobrinos en<br />

Sorez. Luego, París otra vez. Rodríguez aclaró que debíamos empezar la lucha<br />

por la independencia de una vez, siguiendo un plan que discutiríamos, después<br />

<strong>del</strong> juramento, en Roma. Daba por descontado que él no lucharía con las armas<br />

en la mano, como pretendió hacerlo cuando participó en la conspiración de<br />

La Guaira, pues, filósofo al fin, contribuiría con sus ideas educativas una vez<br />

Fernando y yo fundáramos la república. No se cansaba de repetir que sin educación<br />

no habría república. Habló de que, como estábamos en Europa, mientras<br />

se daban las condiciones en América, Fernando y yo podríamos seguir el<br />

ejemplo de Miranda, que había peleado por la independencia de las colonias<br />

inglesas de Norteamérica y en Francia, durante la revolución. Era un Quijote.<br />

¿Por qué no seguir su ejemplo? En cualquier parte se podía luchar por la libertad.<br />

Si Fernando y yo admirábamos a Napoleón, y él encarnaba la libertad,<br />

¿por qué no nos uníamos a él? Fernando se inclinaba a coincidir con él. Confesó<br />

que no regresaría inmediatamente a América. Tenía pensado quedarse un<br />

tiempo en España y retomar su antiguo puesto en el Cuerpo de Guardias<br />

Reales. Era mucho lo que podía influenciar, desde allí, en el destino de América.<br />

Pensaba, incluso, que no era desdeñoso participar en alguna guerra europea,<br />

nunca al lado de Napoleón, pues era antibonapartista, pero quizás en<br />

contra suya. Yo no pensaba como Fernando. No me quedaría mucho tiempo<br />

en Europa, ni me uniría a los batallones de Napoleón, y menos sentaría plaza<br />

de soldado en ningún regimiento español. Era cierto que admiraba a Napoleón,<br />

pero él era un tirano cobijado con los lemas de liberté, egualité y fraternité, y no<br />

me uniría a él sólo por eso, sino porque quería ser partícipe de otra historia.<br />

Además, nuestro juramento era muy específico. Se refería a la libertad de la<br />

América Meridional. Al día siguiente, en el Ponte Vecchio, les leí a mis amigos lo<br />

que había escrito <strong>del</strong> juramento. Era el encabezamiento. ¿Con que éste es el pueblo<br />

de Rómulo y de Numa, de los Gracos y los Horacios, de Augusto y de Nerón, de César y<br />

de Bruto, de Tiberio y de Trajano? Aquí todas las grandezas han tenido su tipo y todas las<br />

miserias su cuna. Octavio se disfraza con el manto de la piedad pública para ocultar la suspicacia<br />

de su carácter y sus arrebatos sanguinarios; Bruto clava el puñal en el corazón de su<br />

protector para reemplazar la tiranía de César por la suya propia; Antonio renuncia los derechos<br />

de su gloria para embarcarse en las galeras de una meretriz, sin proyectos de reforma;<br />

Sila degüella a sus compatriotas, y Tiberio, sombrío como la noche y depravado como el crimen,<br />

divide su tiempo entre la concupiscencia y la matanza. Por un Cincinato hubo cien Caracallas;<br />

por un Trajano cien Calígulas y por un Vespasiano cien Claudios. Fernando comentó<br />

que parecía, efectivamente, lo que debía ser en su totalidad, un discurso, retumbante<br />

y sonoro, como una carga de caballería. Yo tenía apuros de dinero,<br />

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