Descargar PDF - Fondo Editorial del Caribe / Anzoátegui
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con hombres de saber. Allí tuve noticias detalladas de Epicuro, sobre todo al<br />
leer el poema de Lucrecio De la naturaleza de las cosas y el libro de Pierre Gassendi,<br />
Sobre la vida y carácter de Epicuro, y me declaré epicúreo porque en esa filosofía<br />
se preferían los placeres intelectuales a los sensuales. Entendí entonces<br />
mi sufrimiento por la pérdida temprana de mi mujer al hecho de haberla<br />
amado, es decir, de haberme aferrado a ese placer sensual. Sin embargo yo<br />
recaía en mi desazón. Durante una visita que le hice al coronel Mariano de<br />
Tristán y Moscoso, en medio de una crisis de nervios, acabé con su jardín.<br />
Necesitaba moverme, hacer algo, y hasta las cortinas de su casa fueron víctimas<br />
de mis dientes. Los ojos de Flora, durante aquel frenesí, me miraban con una<br />
enorme curiosidad. Así era mi vida entonces en el risueño abril de mi edad.<br />
Pasaba los días aprendiendo de Rodríguez cómo se podía concebir un mundo<br />
hecho de átomos, conforme al magisterio de Epicuro, pero, inducido por mi<br />
amor por Epicuro, pasaba las veladas con mi banda de amigos desenfadados<br />
que epicúreos se decían, y que no ignoraban a los veinte años lo que los demás<br />
se preciaban de saber a los cincuenta. Sabíamos alternar las discusiones sobre<br />
la eternidad <strong>del</strong> mundo con la compañía de bellas señoras de pequeña virtud.<br />
Sintiéndome acogido en una sociedad de espíritus fuertes, me convertía, si no<br />
en sabio, en menospreciador de la incipiencia, que reconocía tanto en los<br />
aristócratas de corte como en ciertos burgueses enriquecidos que se daban<br />
cita en la biblioteca de los hermanos Dehollain. En definitiva había entrado<br />
en el círculo de esas honnêtes gens que, aunque no procedían de la nobleza de<br />
la sangre, sino de la noblesse de robe, constituían la sal de París. Pero era joven,<br />
anhelante de nuevas experiencias, y, a pesar de mis frecuentaciones eruditas<br />
y las correrías libertinas, no había permanecido insensible a la fascinación de<br />
la nobleza.<br />
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