Descargar PDF - Fondo Editorial del Caribe / Anzoátegui
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ta, al que se le reclamaba un denuedo cabalmente mental. Me estaba educando<br />
para eludir la afectación, para usar en todas las cosas la habilidad de esconder<br />
el arte y la fatiga, de suerte que lo que hacía o decía pareciera un don<br />
espontáneo, intentando convertirme en maestro de lo que en España llamaban<br />
despejo. Al entrar en el Palacio <strong>del</strong> Boulevard <strong>del</strong> Temple me moví en un mundo<br />
en el que aleaba siempre el perfume de un sinnúmero de corbeilles, como si<br />
fuera siempre primavera. Allí las escaleras habían sido colocadas en un ángulo<br />
<strong>del</strong> fondo <strong>del</strong> patio, para que todo lo demás fuera una sola fuga de salas y<br />
gabinetes, con puertas y ventanas altas, una enfrente de la otra. Los aposentos<br />
no eran todos hastiosamente rojos, o color cuero curtido, sino de varios colores.<br />
Fanny recibía a los amigos recostada en su aposento, entre mamparas y<br />
juegos de gruesos tapices para proteger a los huéspedes <strong>del</strong> frío. Ella era el<br />
retrato mismo de la gracia: alta, <strong>del</strong>gada, de grandes y luminosos ojos azules,<br />
que no movían a pensamientos descorteses sino que inspiraban un amor<br />
entreverado a temor, purificando los corazones que habían encendido. Tenía<br />
el pelo rubio y los pechos altos, y las facciones <strong>del</strong> rostro admirables. Al cabo<br />
de algunos meses de aquella escuela, estaba preparado para encontrar el<br />
camino que Rodríguez me había señalado. Fanny estaba encantada conmigo.<br />
Fue un flechazo instantáneo. Me vio, se acercó, indagó todo sobre mí, y rió y<br />
palmeó de felicidad cuando descubrió una brecha por la cual colarse. ¿Vous êtes<br />
famille de l’Aristeguieta de Caracas? Yo asentí, y ella me explicó apresuradamente<br />
su árbol genealógico en el cual yo resultaba su primo porque su padre, el<br />
barón Denis Trobriand de Kenreden, era viudo de María Ana Massa Leuda y<br />
Aristeguieta. A partir de entonces me llamó primo por aquí, primo por allá,<br />
pero yo sabía que era un pretexto para seducirme. Le gusté, y ella también a<br />
mí. Durante las primeras veladas bailamos lo más que pudimos y conversamos<br />
de mil cosas. Una noche, apartados de todos, me besó, y a la tarde siguiente<br />
salimos en su coche en un paseo por los muelles <strong>del</strong> Sena. Apenas se metió<br />
el sol no me pude contener. Saqué la cabeza por la ventanilla, y le ordené al<br />
cochero que se detuviera y fuera a dar un paseo. Ella entendió a las mil maravillas.<br />
Le levanté el vestido, la tendí sobre el asiento, me deshice con rapidez<br />
de sus encajes perfumados, y la penetré hasta que le arranqué sus gritos orgásmicos.<br />
Fue <strong>del</strong>icioso, y desde entonces lo seguimos haciendo, siempre a<br />
las orillas <strong>del</strong> Sena y al atardecer. Sin embargo yo no era feliz. Me embriagaba<br />
en la casa de Fanny repetidas veces, le hacía el amor todas las veces que quería,<br />
pero siempre me aturdían esos excesos, y al día siguiente, a mediodía,<br />
cuando me levantaba en mi habitación <strong>del</strong> Hotel Des Etrangers, me sorprendía<br />
pensando en la inutilidad de la vida. Entonces la desazón no me dejaba, y,<br />
aunque trataba de anonadarme otra vez con copas de champagne y conversa-<br />
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