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Descargar PDF - Fondo Editorial del Caribe / Anzoátegui

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Concepción y Juan Vicente<br />

Nací en la hacienda de Yare, cercana a la parte más elevada de las montañas<br />

de Güeme, y luego me bautizaron en la capilla de la Santísima Trinidad,<br />

propiedad de los Bolívar, dentro de la catedral de Caracas. Mi primer grito<br />

compitió con el rugido de un tigre en la ladera de la montaña, y lo primero que<br />

entró en mis pulmones fue el aire frío que soplaba desde un precipicio distante<br />

y que traía el aroma limpio de los árboles para combatir el hachero de<br />

aceite de corozo, el sudor y la sangre y el olor penetrante de las mulas de<br />

carga. Mi madre doña Concepción había temblado con el aire frío que entró<br />

por los resquicios de las ventanas y agitó la llama de la humosa antorcha, y al<br />

oír mi poderoso llanto le pareció que yo no era un bebé prematuro y que se<br />

había equivocado en el cálculo. Fue por su equivocación que yo nací en Yare.<br />

Mi madre era bien vista por la aristocracia de Caracas, y tenía numerosos<br />

amigos, todos parientes, pues los Palacios se entrecruzaban con las viejas<br />

familias entroncadas con los conquistadores y fundadores de la provincia. Las<br />

damas hablaban de ella mientras tomaban el chocolate, y convenían que la<br />

joven María de la Concepción Palacios y Blanco era una buena chica y que,<br />

probablemente, conseguiría un excelente marido. Un veredicto que, a fuerza<br />

de ser repetido, llegó a ser generalmente aceptado por los solteros de la ciudad,<br />

quienes, sin embargo, por más que admiraran la belleza, las maneras distinguidas<br />

y la excelente forma de montar a caballo de mi madre, no se sentían<br />

con suficiente seguridad ante ella para cortejarla. Por lo tanto no era sorprendente<br />

que Concepción estuviera, a sus quince años, un poco aburrida de los<br />

jóvenes de la ciudad cuando el coronel Bolívar y Ponte llegó de jefe de la<br />

guarnición <strong>del</strong> Cuartel de la Misericordia. Juan Vicente de Bolívar y Ponte tenía<br />

un fuerte parecido con aquel amable y excéntrico caballero, don Feliciano<br />

Palacios y Sojo, y Concepción adoraba a su padre. Probablemente eso influyó<br />

en su interés inmediato por el coronel, y la cálida sensación de seguridad y<br />

tranquilidad que le brindaba su compañía. Todo en Juan Vicente, su modo de<br />

vida, su intenso interés por la política provincial y la aureola de mujeriego<br />

incorregible, atraía a Concepción. Paradójicamente, Juan Vicente representaba<br />

a la vez la evasión y la seguridad, y la muchacha se embarcó en el matrimonio<br />

con tanta despreocupación sobre los azares <strong>del</strong> futuro con un hombre que no<br />

conocía la fi<strong>del</strong>idad y que tenía pendientes tantas cuentas de alcoba. No sufrió<br />

una desilusión. Juan Vicente, que se haya sabido, no tuvo nunca más otra<br />

mujer que no fuera ella. Era verdad que Juan Vicente la trataba más bien como<br />

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