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Descargar PDF - Fondo Editorial del Caribe / Anzoátegui

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para cambiar el mundo. Llegamos a París en primavera, y nos hospedamos en<br />

un hotel de la rue Vivienne, cerca <strong>del</strong> conocido Palais Royal. Alejandro Dehollain<br />

me había recomendado el lugar en una de sus cartas, porque en una mía<br />

yo le había dicho que regresaba a Europa para sacudirme la monotonía de mi<br />

país. Él entonces no vaciló en ponderarme el bullicio y la agitación que reinaban<br />

en el Palais Royal, en cuyas arcadas se podía conseguir, a toda hora, todo<br />

lo que uno quisiera de una mujer. Un día encontré, de manera fortuita, a los<br />

esposos Tristán. Iba en un coche con mi amigo Dehollain, a todo galope por<br />

la rue Richelieu, y una mujer joven y un hombre mayor que caminaban por la<br />

acera se apartaron bruscamente ante el estruendo de cascos sobre la calle<br />

empedrada. Sólo cuando ya habíamos pasado, para cerciorarme de que nada<br />

les hubiera ocurrido, saqué la cabeza y los miré, y descubrí que eran Teresa<br />

Laisné y el coronel Mariano de Tristán y Moscoso. Mandé a detener el coche,<br />

salté de él, y estreché a aquella buena mujer, contento de encontrarme con<br />

ella. Después abracé al viejo coronel, y los invité a subir al coche para llevarlos<br />

hasta su casa. En el coche, durante el trayecto, hablamos atropelladamente,<br />

por mi emoción de verlos, y yo me reí de que el coronel hubiera tenido dificultades<br />

en reconocerme. Había cambiado. Me había crecido el bigote, además<br />

era otro por dentro. Cuando llegamos a su casa, en la rue Vaugirard, él nos<br />

invitó a pasar, y toda la tarde hablamos, no sólo de la pérdida de mi esposa,<br />

sino de la pequeña hija suya con Teresa Laisné, de apenas un año, cuyo parecido<br />

conmigo tanto impresionó a Dehollain. Me lo comentó cuando salimos<br />

de la casa de los Tristán, al caer la noche, y yo me atreví a confesarle la relación<br />

que había tenido con Teresa. Él fue lo bastante audaz como para recordar fechas.<br />

Yo había regresado a Bilbao en abril, después de mi viaje a París. Si tuve<br />

intimidad con Teresa en esa fecha, ¿cómo era que Flora había nacido en abril<br />

<strong>del</strong> año siguiente? Yo no le iba a preguntar a Teresa, pero estaba seguro que<br />

había presentado a la niña tres meses después de nacida. Además, fue evidente<br />

durante la conversación en su casa la intensidad de su mirada. Sí, Alejandro<br />

había visto su mirada, y se rió de mi desparpajo. La verdad que yo en esa<br />

época, dispuesto a arrancarme el dolor por la muerte de mi esposa, era un<br />

cínico, y estaba totalmente influenciado por Helvetius. Había vuelto a leer Del<br />

espíritu, editado en forma clandestina por Hachette Libraire, después de haberlo<br />

comprado en una librería cercana al Hotel Des Etrangers, donde me había<br />

mudado para vivir en el mismo lugar con unos nuevos amigos que habíamos<br />

hecho Fernando y yo. Eran los ecuatorianos Vicente Rocafuerte y Martín Villasmil.<br />

Teresa y yo volvimos a nuestras mutuas confidencias. Era tanta nuestra<br />

compenetración que, al irme brevemente a Viena a buscar a Rodríguez, de<br />

quien había sabido por una casualidad que estaba en esa ciudad, no dejamos<br />

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