Descargar PDF - Fondo Editorial del Caribe / Anzoátegui
Descargar PDF - Fondo Editorial del Caribe / Anzoátegui
Descargar PDF - Fondo Editorial del Caribe / Anzoátegui
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
Belén abrió la boca para llamar al sirviente y volvió a cerrarla. Una conversación<br />
conmigo parecía ser el menor de dos males y, como tarde o temprano tenía que<br />
enfrentarme, sonrió. Le pregunté si se iba a casar con Joaquín Pérez. Ella me<br />
enfrentó con ojos fríos y me corrigió. No era Joaquín Pérez a secas, era el teniente<br />
coronel Joaquín Pérez, y remató con una sonrisa que sí, se casaría con él. Yo,<br />
sin entender, le dije que no debía permitir que la empujaran a eso. Yo sabía que<br />
todo era obra de su padre. Ella sonrió y se dispuso a bajarme de las nubes. No<br />
era así. Sus padres estaban en contra. Le pregunté si me iba a hacer creer que<br />
estaba enamorada de Joaquín Pérez. Me contestó que no se casaría con él si no<br />
estuviera enamorada. Me encendí de celos. Insulté al hombre y dije que tenía<br />
suficiente edad para ser su padre. Belén se puso lívida. Levantó la voz para decir<br />
que todos decían que llegaría a gobernador de la provincia y, claro está, no tenía<br />
la edad de su padre. Entonces se me aclaró el mundo. Me pareció ridículo que<br />
yo estuviera en ese plan de enamorado frustrado. Externamente, Belén era bonita,<br />
pero era obvio que yo nunca había sabido qué pasaba dentro de su cabeza,<br />
y que me había enamorado de alguien que, en gran medida, sólo existía en mi<br />
imaginación. Además, correr como un perrito faldero detrás de una mujer, que<br />
no quería acostarse ni casarse con uno, era una falta de dignidad y una pérdida<br />
de tiempo que podía emplearse mejor en otras cosas. Sólo quedaba desearle<br />
que fuera feliz y marcharme. En el cuartel había una falta de comodidad crónica,<br />
y yo tuve suerte de que no me obligaran a compartir una tienda, y más suerte<br />
aún con el compañero estable que me tocó, aunque el capitán Fernando Toro,<br />
mi instructor durante los meses de cadete, con inclinación para escribir poesía,<br />
era la última persona que yo habría elegido para compartir mi cuarto. Sin embargo,<br />
resultó un éxito. Los dos nos caímos bien desde el principio, y pronto<br />
descubrimos que teníamos mucho en común. El capitán Fernando Rodríguez<br />
<strong>del</strong> Toro e Ibarra era once años mayor que yo. Era un hombre agradable, de buen<br />
carácter, animoso e intensamente romántico, y también se había enamorado<br />
con todo su ser de una rubiecita de dieciséis años, Isabel Clara de Iriarte y Jeres<br />
Aristeguieta, que, mayor coincidencia, era sobrina de mi frustrado amor Belén.<br />
Isabel Clara era hija de Begonia Jeres de Aristeguieta y Blanco y de don Juan de<br />
Iriarte. Había sido durante el viaje de regreso de España. La muchacha no tuvo<br />
inconvenientes en flirtear con él, pero su propuesta matrimonial fue rechazada<br />
en razón de la extrema juventud de Isabel Clara. Fue una estratagema <strong>del</strong> padre,<br />
que ya le había escogido un novio. El capitán Toro supo, dos días después que<br />
llegaron a Caracas, que la niña se había comprometido con un caballero que le<br />
doblaba la edad. Le dije algo de Belén, pero esa historia, como la contaba ahora,<br />
estaba desprovista de amargura. No sólo la apreciaba como algo efímero y<br />
tonto, sino cómico. La crónica de mi desdicha perdió todos los ribetes de tra-<br />
67