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Descargar PDF - Fondo Editorial del Caribe / Anzoátegui

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los españoles si nos separábamos de España. América ni siquiera estaba cerca<br />

de España. Estaba en el otro extremo <strong>del</strong> océano. El tío Esteban creía que esas<br />

eran las consecuencias de que yo hubiera tenido un maestro jacobino. Me recriminó,<br />

luchando por conservar la paciencia, que no hubiera puesto bastante<br />

atención a mis libros. Si hubiera leído con más atención, habría visto que España<br />

tenía una necesidad de expansión comercial, y el comercio era vital para la<br />

prosperidad de todo el mundo. No se podía detener la marcha <strong>del</strong> progreso y la<br />

civilización. Fue necesario descubrir y poblar nuevas tierras. Con la ayuda de<br />

Dios y con un grave costo para España, en trabajo y en vidas, se logró llevar paz<br />

y prosperidad a América. Era algo de lo que nosotros, descendientes de los<br />

conquistadores, debíamos enorgullecernos. No continué la conversación, porque<br />

era obvio que mi tío y yo nunca llegaríamos a pensar lo mismo sobre ciertos<br />

temas. Me di cuenta de muchas cosas que requerían reformas en la casa de<br />

Mallo: el despilfarro y el desperdicio; los conflictos en el sector de los sirvientes;<br />

la tiranía de los sirvientes de mayor categoría y la paga miserablemente inadecuada,<br />

que se consideraba suficiente por largas horas de trabajo duro; las bohardillas<br />

sin calefacción donde dormían los seres más despreciados, como las<br />

muchachas <strong>del</strong> fregadero y la cocina, y los lustrabotas y los sirvientes de menor<br />

rango; los largos tramos de escaleras incómodas que las mucamas debían subir<br />

y bajar veinte veces por día con cubos de agua caliente, baldes para lavar el piso<br />

o bandejas cargadas, con la sombra <strong>del</strong> despido sumario, sin recompensa ni<br />

referencias, si cometían una falta. Las vacaciones eran un oasis en el seco desierto<br />

de las lecciones. Sin ellas yo sentía que no habría podido soportar mi<br />

nueva vida, porque aunque me animaban a que saliera a cabalgar por la ciudad,<br />

nunca podía hacerlo solo sino acompañado por el ojo vigilante <strong>del</strong> exprofesor<br />

de Salamanca o un sirviente. Por otra parte no se me permitía atravesar la Puerta<br />

de Toledo, y, por eso, en muchos sentidos, mi mundo era tan restringido como<br />

el de un prisionero. Ni siquiera el marqués de Ustáriz, que en la mayoría de los<br />

asuntos era tan sabio y comprensivo, simpatizaba con mis ideas, porque sus<br />

opiniones se inclinaban en la dirección <strong>del</strong> tío Esteban. Él también señalaba<br />

que con el triunfo de la máquina de vapor y el progreso en la medicina el mundo<br />

se volvía más pequeño y poblado cada año. Las naciones ya no podían actuar<br />

con independencia y hacer cada una lo que se les ocurría, porque el resultado<br />

no sería la satisfacción, sino la anarquía y el caos. Desde que las colonias inglesas<br />

de Norteamérica se habían independizado de Inglaterra, había muchos jóvenes<br />

americanos, influenciados sobre todo por ese sangriento carnaval francés,<br />

que pensaban que las colonias españolas también podían aspirar a la independencia.<br />

Si yo quería vivir mi vida sin que nadie interfiriera en ella, tendría que<br />

encontrar una isla desierta. Luis Gerónimo de Ustáriz y Tovar había nacido en<br />

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