Descargar PDF - Fondo Editorial del Caribe / Anzoátegui
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(hermano de Fernando), al escritor franco-español Juan Laurencin, a los hermanos<br />
Dehollain, y tuve tratos comerciales con Manuel Muñoz Usparricha,<br />
viejo conocido de mi familia en Caracas. Yo sólo tenía corazón para Teresa,<br />
pero la compañía de esos inesperados buenos amigos me regresó a las lecturas<br />
y a las discusiones filosóficas que sosteníamos hasta tarde en la casa de<br />
don Antonio Adán de Yarza, afanoso volteriano, que tenía una rica biblioteca,<br />
objetos de arte, monumentos antiguos y animales embalsamados. Sin embargo<br />
don Bernardo quería probar de veras nuestro amor, y pronto se llevó a Teresa<br />
de vuelta a Madrid. En esa época fue mi acercamiento con la joven esposa<br />
<strong>del</strong> coronel Mariano de Tristán y Moscoso. No fue premeditado, por lo<br />
menos de mi parte, porque Teresa Laisné se me puso al alcance de la mano.<br />
El coronel Mariano de Tristán y Moscoso tenía cincuenta años y era aficionado<br />
a la jardinería. La diferencia de edad con Teresa era notoria, pues ella tenía<br />
dieciocho años, mi edad. Él era peruano, egresado <strong>del</strong> famoso colegio militar<br />
francés de La Flêche, rico, y con varios años de residencia en Bilbao. Nos habíamos<br />
hecho buenos amigos en la tertulia <strong>del</strong> comerciante Antonio Adán de<br />
Yarza. Allí leíamos libros prohibidos, como Confesiones de Rousseau, Del espíritu<br />
de Helvetius y El arte de amar de Ovidio. Mi vida, aunque sin Teresa Toro, era<br />
feliz, porque no sólo conversaba con estos amigos, sino que estudiaba lenguas<br />
con dos jóvenes franceses, Alejandro y Pedro José Dehollain Arnoux. De vez<br />
en cuando me agarraba la nostalgia por Teresa Toro, y yo me vaciaba en confidencias<br />
con Teresa Laisné. Ella era una joven <strong>del</strong>gada, de pelo largo y ojos<br />
vivos, y con una ternura exquisita. Yo apoyaba mi cabeza en su regazo, y ella<br />
me hablaba con voz dulce mientras me pasaba los dedos por el pelo. Una<br />
tarde me abstuve de ir a la tertulia de la calle de Bedibarrieta. A la luz de la<br />
chimenea su ternura se volvió pasión, y yo me dejé llevar por su olor fragante,<br />
su voz tenue, sus maneras lánguidas. Yo no había hecho el amor con Teresa<br />
Toro, aunque a decir verdad lo habíamos intentado, pero la vigilancia de su<br />
padre y su tía María de los Dolores Alaiza y Medrano fue muy fuerte en Madrid,<br />
y en Bilbao nos separamos nuevamente sin tener ninguna oportunidad. Ya era<br />
probable, por la marcha de las cosas, que no íbamos a tener intimidad hasta<br />
el matrimonio. Sin embargo no era excusa para serle infiel, y no me reprimí<br />
cuando se me presentó la oportunidad. Pensaba entonces casarme por poder<br />
con Teresa, debido a la prohibición que pesaba sobre mí de volver a Madrid.<br />
Le escribí al tío Pedro Palacios, confinado en Cádiz, que, una vez efectuado el<br />
matrimonio por poder, Teresa y su padre regresarían a Bilbao para que ella y<br />
yo nos embarcáramos a los Estados Unidos. Yo no estaba contento con casarme<br />
por poder con Teresa. Había soñado que nuestro matrimonio fuera normal,<br />
ella de mi brazo frente al altar, vestida de blanco y con velo, y yo con mis me-<br />
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