Descargar PDF - Fondo Editorial del Caribe / Anzoátegui
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París epicúreo<br />
En cuanto Teresa se fue a la tumba me descubrí extraño a aquel mundo.<br />
Yo tenía un buen número de sobrinos. Juan Vicente, amancebado con Josefa<br />
María Tinoco, ya había tenido un hijo con ella, Juan Evangelista. Mi hermano<br />
nunca se decidió a casarse con Josefa María, a pesar de que ella fue su única<br />
debilidad. No debió importarle que Josefa María, hija de artesanos, no perteneciera<br />
al círculo de las grandes familias de la provincia. Quizás no fue esa la<br />
razón por la cual él no contrajo matrimonio con ella. Josefa María era poco<br />
agraciada, y de maneras ásperas, proclives a la malquerencia. Nunca estuvo<br />
feliz con Juan Vicente. En una ocasión, ante mi insistencia de que me aclarara<br />
en calidad de qué se relacionaba con mi hermano, pues vivían separados, ella<br />
me sorprendió con su respuesta. Tengo el corazón atribulado por ser madre de una<br />
criatura sin otra culpa de parte de ella que el haber sido el miserable resultado de una pasión<br />
que yo no preví fuese la más funesta de mi vida. Juana y Dionisio tenían un varón,<br />
Guillermo Palacios Bolívar, y María Antonia y Pablo Clemente sus hijos completos,<br />
Secundino, Anacleto, Josefa y Valentina Clemente Bolívar. Los dos<br />
varones, de diez y ocho años, me acompañaron en el viaje <strong>del</strong> olvido a Europa.<br />
Yo le recomendé a María Antonia la Escuela Militar de Sorez, al sur de Francia,<br />
de gran prestigio en Europa, donde se enseñaba filosofía tomista y arte militar,<br />
además de una instrucción útil para un hombre de bien. Era una institución<br />
medieval, y de allí habían egresado hombres que habían figurado con provecho<br />
en la historia europea. Ella y su esposo estuvieron de acuerdo en aprovechar<br />
mi viaje, sobre todo porque los dos muchachos, aunque más Anacleto, eran<br />
de inclinaciones indomables, y se necesitaba, para enderezarlos, la rígida<br />
disciplina de una escuela militar, pero de las mejores como Sorez. Había mantenido<br />
relaciones epistolares con algunos de los conocidos en Bilbao durante<br />
mi primer viaje a España, y quedé aguijoneado por ampliar mis conocimientos<br />
filosóficos que habían principiado en las tertulias de Antonio Adán de Yarza.<br />
Uno a los que había escrito era a Alejandro Dehollain, contándole la desgracia<br />
que me había ocurrido con la muerte de mi esposa. Encomendé entonces el<br />
feudo a Juan Vicente, asegurándome una sólida renta, y viajé de regreso a<br />
Europa acompañado por mis sobrinos y por Fernando Toro. Iba, sin saberlo<br />
plenamente, camino al Monte Sacro. En Cádiz me encontré con los tíos Esteban<br />
y Pedro, entonces libres de la persecución de Godoy. El tío Esteban intentó<br />
consolarme con consejos de prudencia. Por él supe que el ministro Godoy<br />
se había desembarazado de forma artera de Mallo. Había simulado que lo<br />
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