Descargar PDF - Fondo Editorial del Caribe / Anzoátegui
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en ingresar antes de implantarse la nueva ley. Algunos opinaban que no era<br />
una buena medida, pues abriría las puertas <strong>del</strong> regimiento a un montón de<br />
provincianos de clase baja. El comentario más extendido de mi grupo era que<br />
uno no podía ligarse con gente de segunda clase. Yo repliqué con enojo que,<br />
si algunos criollos e hijos de españoles realmente pensaban así, cuanto antes<br />
los españoles se fueran de América y la dejaran hacerse cargo de sus propios<br />
asuntos mejor, pues probablemente lo haría con más éxito con su propia gente<br />
de segunda clase. Algunos de mi compañía se burlaron, pero un instructor,<br />
que oyó el diálogo y lo repitió al comandante de la compañía, se inclinaba a<br />
coincidir conmigo. El instructor era el capitán Fernando Toro, recién llegado de<br />
España, donde había hecho estudios militares y servido, después de su graduación,<br />
en el Cuerpo de Guardias Reales. Cuando nos hicimos amigos me refirió<br />
lo que pensó de mí entonces. Fernando escribió un informe para el comandante<br />
de la compañía acerca de la situación de las milicias blancas, en las que<br />
todavía subsistía la actitud de los oficiales españoles que vivían pendientes de<br />
quién era español peninsular y quién no, y se consideraban intocables. Ni siquiera<br />
comían en compañía de los oficiales criollos. Fernando creía que era un<br />
error porque, si España quería tener un imperio, necesitaba que los oficiales<br />
españoles fueran capaces de tolerar a los criollos que servían en las milicias.<br />
El comandante de la compañía le preguntó con escepticismo su opinión acerca<br />
<strong>del</strong> cadete Simón José de Bolívar y Palacios, es decir yo. Fernando dio su<br />
parecer. Él pensaba que, en cualquier momento, yo me escaparía por la tangente,<br />
y que no aceptaba fácilmente la disciplina, a pesar de mi apariencia de<br />
docilidad. El ejército no era lugar para gente de ideas avanzadas. El comandante<br />
de la compañía pronosticó que yo terminaría como mi padre: de ideas incendiarias,<br />
pero inofensivo. Fernando temía eso. Le reprochaba a mi padre no<br />
haberse puesto a la cabeza de un levantamiento cuando el intendente le quitó<br />
a tres familias de criollos el gobierno de tres pueblos, que mantenían cierta<br />
independencia de la Corona de España. Yo no hice amigos en la escuela de<br />
milicias, a pesar de que gustaba a los demás y, en cierta medida, era admirado<br />
porque salí primero en las pruebas de equitación y tiro. Me gradué en el puesto<br />
veintisiete en una lista de doscientos cuatro cadetes. El tío Carlos y la tía<br />
Josefa, en compañía de su esposo José Félix Ribas, presenciaron el desfile de<br />
graduación. Los cadetes vestíamos un uniforme de casaca azul, charreteras con<br />
barba de oro y pantalón de dril blanco. Teníamos el grado nominal de subteniente,<br />
pues faltaba la confirmación a través de un despacho real. El tío Esteban<br />
gestionó mi grado militar con sus amigos de la corte, y un día llegó a la Real<br />
Audiencia. El tío Carlos lo retiró y me hizo entrega <strong>del</strong> legajo.<br />
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