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Descargar PDF - Fondo Editorial del Caribe / Anzoátegui

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la primera versión que Torquato Tasso hizo, en 1575, de Jerusalén liberada, y<br />

Fernando estaba ocupado en un cálido romance con la cameriere <strong>del</strong> hotel. No<br />

puedo describir el paisaje físico de la ciudad, pues lo que recuerdo con mayor<br />

insistencia es el paisaje de mi alma. Veía a la ciudad como un barco a la deriva,<br />

a punto de naufragio. Quizás no era la ciudad, sino yo, que desde que me<br />

despedí de Marina en Florencia andaba así, trastabillando en la oscuridad, sin<br />

brújula. Mi corazón estaba en fuga hacia donde resonaba su voz, esa voz suya<br />

que me traía recuerdos antiguos, sin saber de cuándo ni de dónde, y no podía<br />

vivir en la ciudad. Podría decir que sólo respiraba, y que si continuaba en la<br />

ciudad era a la espera de la fecha prevista para el juramento. En esas<br />

circunstancias, sentado en las escalinatas de la Piazza España, rasgué el lacre<br />

<strong>del</strong> sobre y dedoblé la carta de Marina. ¿Tú crees que yo no sé que el zumbido de grillos<br />

que tienes en los oídos es la llamada <strong>del</strong> caracol sonrosado que alguien puso en tus manos la<br />

mañana aquella en que te hiciste a la mar en tu primer viaje? Tú estás hecho para volver a<br />

ese Nuevo Mundo mágico de donde vienes, no para hacerme parir los hijos que yo quiero.<br />

Cada paso de tu vida es un libro abierto. Yo puedo leer libremente en él. ¿Qué fue tu caminata<br />

con tu maestro y con tu amigo Fernando hasta la casa de Rousseau en Les Charmettes, sino<br />

una reafirmación de que eres el héroe perfecto, educado como el Emilio, y previsto por tu<br />

maestro en los días tristes de tu infancia? Empinarte por los alpes suizos, con tu maleta en<br />

la espalda, para caer en las tierras llanas de Lombardía sólo pudo ser un signo de tu destino.<br />

Está en ti, en el futuro, remontar montañas heladas en tu continente emplumado, al frente<br />

de ejércitos ateridos de frío, afanoso y loco por liberar pueblos salvajes y desconocidos que ni<br />

siquiera existían en los mapas. ¿Y crees que yo, una florentina cualquiera, de nombre disperso<br />

y alma común, sea capaz de andar en la grupa de tu caballo, pariendo los hijos que me<br />

siembres en el vientre en parajes agrestes, en noches de luna, calurosas y ventosas? No soy<br />

de esa estirpe. En lo que a mí respecta la llamada de los caracoles es una fantasía de mi<br />

imaginación, no lo creo posible. Pero tú crees en prodigios, y cuando te quedas dormido sueñas<br />

volando sobre ese ganso que emergió <strong>del</strong> fondo de un pequeño lago y te elevó por los aires.<br />

Ésos son tus sueños, y cuando te despiertas al día siguiente te sientes frustrado porque el sueño<br />

no continúa en la realidad. A veces sueñas que no es un ganso, sino miles de pájaros negros<br />

con picos amarillos los que te elevan hasta las nubes. ¿Podrás contentarte, al despertar de<br />

semejantes sueños, verme a mí en tu cama, a tu lado, cada vez más vieja y ajada, y convencerte<br />

de que yo soy tu única gloria? No me engañes, Simón. Lo intentaste con tu esposa muerta,<br />

y ella no sobrevivió mucho tiempo a tus sueños de grandeza. Y si ella no lo hizo, no sobrevivirá<br />

nadie, ni Teresa Laisné, ni Fanny, ni ninguna de las muchas que vendrán a tu vida, en<br />

diferentes épocas, pues tus sueños de pájaros son superiores a cualquier tentación de vivir al<br />

lado de una mujer y sobrevivir a la inclemencia de la cotidianidad. En Milán te volviste a<br />

encontrar a Fanny, ¿y que ella te dijera que iba a tener un hijo tuyo, que estaba embarazada<br />

de cuatro meses de ti, te impidió seguir avanzando en ese viaje, que también me incluyó a mí?<br />

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