Descargar PDF - Fondo Editorial del Caribe / Anzoátegui
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Polvo de Vitriolo<br />
Por los días en que Marina se ausentó, fueron al hotel Fanny y el coronel<br />
Du Villars a despedirse de nosotros. Regresaban a París. Fanny, cuando ya<br />
estábamos en el vestíbulo, me deslizó discretamente en el bolsillo <strong>del</strong> pantalón<br />
un papel. Sus ojos estaban dolidos, y fue esa mirada la que me dejó cuando<br />
la carozze se perdió en la distancia. Comprendía sus celos, pues sabía de mi<br />
nuevo romance. Tardé varios días en desdoblar el papel que me había dejado,<br />
pues estaba preocupado por Marina. No podía saber dónde estaba y qué hacía.<br />
Una tarde decidí poner fin a mi desespero. Ella vivía cerca de la Galleria <strong>del</strong> Libro.<br />
Me atendió una sirvienta. La signorina Marina no estaba. Esa tarde irrumpió<br />
con la respiración jadeante en la habitación de mi hotel sin explicaciones, pero<br />
hambrienta de mí. Amarnos con <strong>del</strong>eite resultó lo que había imaginado durante<br />
su ausencia, y me entregué a ello con alguna mezcla de rabia, pero a ella<br />
le gustó mi énfasis. Una tarde le oí a Fernando Toro comentar la lectura de un<br />
libro, Il blocco di Casal, cuyo autor era un piamontés que había participado en el<br />
asedio y que, mientras se sucedían los combates, se enamoró de una joven<br />
casalesa, llamándola, en apasionadas cartas, Signora, aun cuando, en varias<br />
ocasiones, la pescó con soldados en pleno ejercicio amatorio entre la vegetación<br />
cercana a los extramuros de la ciudad. Me pareció que se asemejaba a la<br />
particular situación que vivía con Marina. Apremié a Fernando para que escribiera<br />
el verso alusivo, y cuando cayó la noche (a eso de las nueve; signo de<br />
que comenzaba el verano en Italia) me invitó al bar <strong>del</strong> hotel, y allí, entre copas<br />
de sambucca, me leyó, exaltado, cuanto había escrito. ¿A quién si no a Vos puedo<br />
poner/ a parte de mi pena,/ buscando alivio, si no en vuestro oído,/ por lo menos en estas mis<br />
sin fruto mensajeras?/ Mirad que si amor es una medicina/ que a todos los dolores remedia/<br />
con un dolor aún mayor,/ ¿no podré entenderlo acaso como pena?/ Ya que si alguna vez vi<br />
belleza, y deseéla,/ no fue sino sueño de la Vuestra. Por primera vez le aplaudí una<br />
composición suya. Fue bueno para mí encontrarme con la imaginación de<br />
poeta de Fernando Toro, pues al día siguiente, mientras andaba con Marina<br />
admirando los contrafuertes <strong>del</strong> Palazzo de los Sforza, familia que había gobernado<br />
la ciudad por espacio de casi un siglo, me decidí a apremiarla para que<br />
rompiera su compromiso con Manzoni. Estaba más sensual que nunca. De la<br />
moldura opulenta de sus senos, que sobresalía de los escotes de su vestido<br />
color rosa, se desprendía un vaho cálido como de masa recién horneada. Me<br />
enervaba. Estaba tan perdido por ella que, por esos días, había dejado a la<br />
mitad la relectura de Confesiones, la obra más notable, de carácter autobiográ-<br />
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