09.05.2013 Views

Descargar PDF - Fondo Editorial del Caribe / Anzoátegui

Descargar PDF - Fondo Editorial del Caribe / Anzoátegui

Descargar PDF - Fondo Editorial del Caribe / Anzoátegui

SHOW MORE
SHOW LESS

You also want an ePaper? Increase the reach of your titles

YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.

los misioneros para que les llevaran la luz. Rodríguez respondió que no le<br />

importaba que le hubiera tachado de necio, pero el monje debía saber que,<br />

bajo su necedad, se ocultaba un misterio, que sin duda el señor Papa no quería<br />

revelar. Yo, aunque interesado por lo que pensaba sería un debate entre<br />

Rodríguez y el monje, fijé mi atención en la luz rosada <strong>del</strong> sol que se presentaba<br />

sobre la ventana, y escuché ruidos de cencerros y balidos de pecoras en el<br />

exterior. Pero Rodríguez no dijo nada más. Entonces intervino Manzoni, burlón.<br />

Explicó que si el mundo fuera finito y estuviera rodeado por la Nada, sería finito<br />

también Dios. Al ser su tarea estar en el cielo y en la tierra y por doquier,<br />

no podría estar donde no hubiera nada. La Nada era un no-lugar. La Nada era<br />

la muerte. Dios entonces no tenía presencia en la muerte. En cambio, si el<br />

mundo se ampliara, Él debía ampliarse a sí mismo, naciendo por primera vez<br />

allá donde antes no era, lo que contradecía su pretensión de eternidad. El<br />

monje, incapaz de oír más, se puso de pie y le ordenó a Manzoni que se callara.<br />

No le iba a permitir que negara la eternidad <strong>del</strong> Eterno y su incuestionable<br />

Don de la Ubicuidad, y dicho esto se descubrió la cabeza, se levantó por un<br />

costado el albornoz y desenvainó la espada. Anunció que, por menos de lo<br />

que acababa de oír, hacía desaparecer con su espada a espíritus fuertes, como<br />

el de Manzoni, que pudieran debilitar la fe. Manzoni se levantó también, ante<br />

el estupor de las donne y la sorpresa de mis amigos y yo, y dijo al monje que,<br />

si así lo quería, aunque agradeciéndole su hospitalidad de momentos antes,<br />

él se defendería no con la intención de matarlo, más bien de desfigurarlo, para<br />

que viviera llevando una máscara, como hacían los comediantes italianos,<br />

dignidad que le convenía. Pero yo reaccioné a tiempo. Me interpuse entre los<br />

dos. Logré calmar sobre todo a Manzoni, asegurándole que el monje carecía<br />

de caridad por lo que no se dejara cegar por la ira, y que porque era animal<br />

demasiado pequeño no podía imaginarse el mundo como un gran animal, cual<br />

nos lo mostraba el divino Platón. Manzoni captó mi tono irónico, sonrió y<br />

desarmó su rabia. Pero tuvimos que salir de la abadía a toda prisa porque el<br />

monje espumaba de rabia. Nos subimos a la vettura y llegamos al atardecer a<br />

las fronteras de la Toscana, en cuya aduana nos detuvieron más de una hora<br />

para registrar <strong>del</strong> modo más impertinente nuestro equipaje y proveernos de<br />

nuevos pasaportes. Casi de noche nos hospedamos de mala manera y con<br />

mala comida. Al día siguiente, a la altura de Montimorello, vimos a Florencia,<br />

al pie <strong>del</strong> otro lado, con las cúpulas de sus iglesias y palacios sobrevolando<br />

entre un mar de neblina. El paisaje de mi alma se asemejaba, con la negativa<br />

de Marina a acompañarme por la vida, a aquel otro paisaje que se extendía a<br />

mis pies. Al morir Teresa Toro yo me había convencido de que el objeto amado<br />

residía en la lejanía, y creía que aquello había marcado para siempre mi<br />

91

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!