Descargar PDF - Fondo Editorial del Caribe / Anzoátegui
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No. Seguiste a<strong>del</strong>ante, y, por un momento, sabiendo que el camino de tus sueños es cosa<br />
grande, en el que hay que desplegar grandes esfuerzos y preocupaciones, en el que hay que<br />
enfrentar obstáculos y caídas de toda suerte, me miraste de la misma manera que a Teresa<br />
Toro, y trataste de convencerte y convencerme que yo podía seguirte y vivir como seres normales.<br />
Pero nuestra realidad se te fue imponiendo, y así tú te convenciste que el zumbido de grillos<br />
en tus oídos era superior a cualquiera llamada <strong>del</strong> corazón. Yo te quiero, Simón, aunque te<br />
cueste creerlo, y si te acompañé hasta Florencia fue por un destello de esperanza porque tú<br />
tienes un parecido con lo que yo quiero de un hombre. Pero sé que un tú y yo no es posible.<br />
Simón y Marina no figurarán en la historia, y la libertadora <strong>del</strong> libertador tiene otro nombre.<br />
Pero ni siquiera ella será depositaria de tus triunfos, ni de los ecos y estampidos de tus batallas.<br />
Cada vez que los pueblos te aclamen como su libertador sentirás que el chillido en tus oídos<br />
disminuye, y que un gran vuelo de pájaros se pierde en la distancia. Y a la hora de tu muerte<br />
evocarás algún nombre de mujer, que puede ser el de cualquiera de las muchas que tuviste,<br />
incluyéndome, y te harás la ilusión, cuando estés convencido de que araste en el mar, que todo<br />
cuanto hiciste fue por ella. En ese momento, ya sin chillidos en los oídos ni algazara de pájaros<br />
en vuelo, sentirás que tu vida tuvo la misión <strong>del</strong> relámpago. Adiós, Simón, que el recuerdo de<br />
estas líneas no te quite el sueño de los pájaros. Yo sé que no es así, y que por el contrario<br />
subirás enérgicamente al Monte Sacro una tarde dorada, y desde allí, sobre esa mole tumefacta,<br />
mirarás la ciudad eterna, con sus cornisas de piedra en ruinas, y querrás morir antes de<br />
permitir que un nudo en la garganta te impida gritar ¡lo juro! Pensé mucho en contestarle<br />
aquella carta. Quería hacerlo, aun cuando no la había leído, desde que nos<br />
despedimos en Florencia, para atenuar un poco la relación que tuvimos. Le<br />
escribí. Y en mi contestación le dije que yo habría preferido sólo poner mi<br />
tiempo y mi amor en una sola dirección. Nada más fácil, para la vida y sus<br />
circunstancias. Pero no había sido así. Me tocó, al conocerla y creer en ella,<br />
tener que dividir mi amor, mis atenciones y mi vida. Tuve ante mí dos universos<br />
paralelos. Porque lo que había ocurrido era que cada vez que los pájaros negros<br />
o ella me habían forzado hacia un lado, sólo hacia un lado, yo me encontraba<br />
en una disyuntiva extrema, que al menos para mí no tenía solución. Pero quería<br />
que supiera que muchas veces, desde el fondo de mi corazón, había querido<br />
ser sólo para ella. Pero la realidad fue que no pude ser sólo para ella. Habíamos<br />
sido unos perfectos egoístas. Mi egoísmo, por ejemplo, había sido no querer<br />
volcarme sólo hacia un lado. El de ella fue que puso como condición<br />
fundamental que yo fuera sólo para ella. Fueron dos egoísmos lógicos. Le<br />
expliqué el amor. Le dije que en la vida de los seres humanos había amores<br />
que, si no se parecían al verdadero, eran definitivos. Eran una mezcla de pasión,<br />
preocupación y afecto por una persona, y también de nostalgia y culpa. No<br />
había nada que amarrara tanto. Porque el amor verdadero, que era libre de<br />
culpa y no entrañaba ninguna nostalgia, y que implicaba sólo una satisfacción<br />
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