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Descargar PDF - Fondo Editorial del Caribe / Anzoátegui

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Palomas<br />

Ferrara era un pueblo solitario en medio de la ondulada planicie, con tierras<br />

pantanosas a su alrededor formadas por los meandros de los riachuelos. Llamaba<br />

la atención el cerrado vuelo de palomas, desde lejos, circundándolo.<br />

Cuando entramos por una puerta romana lo que sospechábamos se confirmó<br />

ante nuestros ojos: Ferrara estaba habitado sólo de palomas. Era un pueblo<br />

de callejones sinuosos, viejas edificaciones y piazze y pocos habitantes. Sobraban<br />

inscripciones latinas en las paredes. Nítidas se veían sobre los anchos<br />

soportales de un edificio, cuyo aspecto parecía el de un teatro, las palabras<br />

que Augusto pronunció en su lecho de muerte: Acta est fabula. El conductor de<br />

la calesa nos anunció que Ferrara sólo era un lugar de tránsito, por lo cual era<br />

mejor no demorarse en él, y que, al mediodía <strong>del</strong> día siguiente, salía una calesa<br />

con destino a Bolonia. Y desapareció de nuestra vista. Tomamos hospedaje<br />

en un edificio de aspecto renacentista, que a despecho de sus inscripciones<br />

latinas tenía colgado en el frontón una tabla que decía: Benvenuto a Ferrara.<br />

Buone stanze. Buon cibo. Nos atendió un viejo <strong>del</strong>gado, apacible, de voz tan débil<br />

y movimientos tan sosegados que permanecimos un buen tiempo mudos<br />

antes de registrarnos. Nos metimos en un mismo cuarto, para ahorrar, Fernando,<br />

Rodríguez y yo, como lo habíamos hecho hasta entonces, y Manzoni en el<br />

suyo y las donne en el de ellas. La cama tenía un olor a viejo que nos hinchó<br />

las narices de estornudos. El comedor era una instancia desnuda, sólo con<br />

una lámpara de globo colgando <strong>del</strong> techo, pero sin luz. Sin embargo nos llegaba<br />

el olor nítido de la albahaca y el tomate, como si manos jóvenes estuvieran<br />

sazonando la salsa en la estufa, riñendo con el murmullo inagotable de<br />

las palomas que coronaban los techos. La comida fue una sorpresa. Nos sirvió<br />

una vieja, un poco más despierta y ágil que el viejo de la recepción, pero las<br />

mesas ante las cuales nos sentamos eran de una madera corroída. Fueron<br />

horas aprensivas las que pasamos en Ferrara. Al pasear por los callejones que<br />

no llevaban a ninguna parte parecíamos anulados por las palomas. Palomas<br />

por doquier. Palomas en rito perpetuo <strong>del</strong> amor. Yo quería, al llegar a Ferrara,<br />

hablar con Marina, como me había aconsejado su madre, pero ese mundo de<br />

palomas me dispersó. Rodríguez se sintió tentado de hablar de ellas y el significado<br />

que habían tenido a lo largo de la historia de la humanidad. Fernando<br />

y Manzoni recitaron poesías alusivas. Yo quedé deslumbrado por su insaciable<br />

sed de amor. Fue la primera vez en mi vida que dediqué tiempo y estupor<br />

a las palomas. En una piazza en ruinas pero tan llena de palomas que al<br />

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