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Descargar PDF - Fondo Editorial del Caribe / Anzoátegui

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guardaban fi<strong>del</strong>idad, en el sentido de la fi<strong>del</strong>idad conyugal, y por ello, al mismo<br />

tiempo, significaban el símbolo de la castidad. Plinio el Joven decía que,<br />

aunque amorosas, tenían un gran sentido <strong>del</strong> pudor y no conocían el adulterio.<br />

Rodríguez completó que los machos, en los casos raros en que sospechaban<br />

el adulterio, se volvían despóticos, su voz estaba llena de plañidos y crueles<br />

eran los golpes que daban con el pico. Pero inmediatamente después, para<br />

reparar su agravio, el macho cortejaba a la hembra, y la adulaba dando frecuentes<br />

vueltas en torno suyo. Manzoni ripostó que, lascivas o no, las palomas<br />

eran el símbolo de la caridad, y que por eso decía san Cipriano que el Espíritu<br />

Santo descendía sobre nosotros en forma de paloma, porque no sólo carecía<br />

de hiel, sino que no arañaba con sus garras, no mordía, le era natural amar las<br />

estancias de los hombres, no conocía sino una sola casa, alimentaba a sus<br />

propios pequeños y pasaba la vida en común conversación, entreteniéndose<br />

con el compañero en la concordia, en ese caso honesta, <strong>del</strong> beso. En cuanto<br />

a su simbología, la palabra fue de Fernando, que manifestó que besarse era<br />

signo de gran amor hacia el prójimo, y por eso la Iglesia usaba el rito <strong>del</strong> beso<br />

de paz. Contó que era costumbre entre los romanos encontrarse con besos,<br />

también entre hombre y mujer. Todos los pueblos habían juzgado noble el aire<br />

y honrado de esa manera a la paloma, que volaba más alto que los demás<br />

pájaros y, aún así, regresaba siempre al propio nido. La paloma no sólo era<br />

casta y fiel, sino también simple, y Rodríguez nos recordó lo que decía la Biblia:<br />

sed prudentes como la serpiente y simples como la paloma. Por ello era símbolo de la<br />

vida monacal y apartada. Le había tocado también a la paloma convertirse en<br />

símbolo místico, y después <strong>del</strong> Diluvio anunció, con una rama de olivo en el<br />

pico, la paz y la bonanza y las nuevas tierras surgidas. Al día siguiente, cuando<br />

todos nos acercábamos a una piazza henchida de palomas, entre cuyo vuelo y<br />

murmullos apenas distinguíamos la calesa que nos llevaría hasta Bolonia,<br />

Fernando no resistió la tentación de leernos en voz alta unos versos que había<br />

escrito la noche anterior: Este palomo par a mí en ardor/ arde en crudo fuego ferviente<br />

amor,/ por doquier va buscando adónde fuere/ su palomica, y de deseo muere. Manzoni,<br />

que hablaba bien el español, no creyó que semejantes versos fueran suyos. Le<br />

sonaban más bien a Ban<strong>del</strong>lo, escritor de novelas cortas en el renacimiento<br />

italiano, y cuyo estilo de escritura ayudó a convertir el italiano en instrumento<br />

literario, reemplazando al latín. Fernando, al oírlo, lo mandó al diablo junto<br />

con Ban<strong>del</strong>lo, y recitó de memoria unos versos en francés para retar la cultura<br />

(o la incultura) de que Manzoni hacía gala hasta llegar a la ofensa: Uncor m’estuet<br />

que vos devis/ des columps, qui sunt blans et bis:/ li un ont color aierine,/ et li autre l’ont<br />

stephanine;/ li un sont neir, li autre rous,/ li un vermel, l’autre cendrous,/ et des columps i a<br />

plusors/ qui ont trestotes les colors. Rodríguez me miró, incierto, pues no sabía de<br />

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