Descargar PDF - Fondo Editorial del Caribe / Anzoátegui
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Teresa Toro<br />
Cuando la relación amorosa de Manuel Mallo con la reina María Luisa<br />
llegó a su fin, precipitada por las intrigas <strong>del</strong> ministro Manuel Godoy, el tío<br />
Esteban se apresuró a hablar con el marqués de Ustáriz para que yo viviera en<br />
su casa. Sabía cuál sería el desenlace, y no quería que yo pagara por ello. Pocos<br />
días después que me mudé a la casa <strong>del</strong> marqués, el tío Esteban fue encerrado<br />
en el Castillo de Monserrat, con acusaciones que nunca salieron a la<br />
luz, aunque no destituido de su empleo. Mi tío Pedro Palacios, que había<br />
llegado de América algunos meses después que yo, fue confinado a Cádiz. En<br />
casa <strong>del</strong> marqués de Ustáriz conocí a Teresa Toro. Era dos años mayor que yo.<br />
Tenía un rostro encantador, enmarcado por una abundante cabellera negra,<br />
una naricita recta que se arrugaba <strong>del</strong>iciosamente cuando reía, un par de<br />
grandes ojos de agua de estanque, dulces y nostálgicos por la temprana muerte<br />
de su madre, y una boca tentadora, especialmente por los hoyuelos en cada<br />
extremo. Sin embargo no habría despertado muchas emociones en mí si no<br />
hubiera descubierto que la señorita Toro, aunque nacida en España de padres<br />
americanos, tenía enormes deseos de conocer la Gobernación de Venezuela.<br />
Lo dijo una noche, cuando ya hacía diez días que nos habíamos conocido.<br />
Varios caballeros de avanzada edad, nacidos en América pero con años de<br />
residencia en España, se lamentaban de tener que viajar alguna vez a Tierra<br />
Firme. Mencionaban las incomodidades: el calor, el polvo, las enfermedades,<br />
el desastroso estado de los caminos y las dificultades para viajar. Entonces<br />
intervino Teresa Toro. Les preguntó que cómo podían decir eso si aquel país<br />
era encantador. Claro, no lo conocía, pero su madre le había contado de su<br />
hermosa hacienda con la enredadera que crecía en el pórtico, y todas las bellas<br />
flores <strong>del</strong> jardín cubiertas de mariposas. Sus palabras disgustaron a don Esteban<br />
Fernández de León, a quien le pareció incorrecto que una joven dama<br />
interviniera en una conversación de mayores, y comentó que nadie que hubiese<br />
pasado por los sobresaltos de la conspiración jacobina de años atrás, instigada<br />
por un grupo de prisioneros españoles, podría volver a confiar en<br />
aquella «canalla <strong>del</strong> mulatismo», y que envidiaba la feliz ignorancia de la<br />
querida Teresa con respecto a los peligros que enfrentaba cualquier mujer<br />
española al tener que vivir en un país bárbaro. Don Esteban Fernández de León<br />
había nacido en la provincia de Caracas, pero llevaba algunos años en Madrid,<br />
medrando ante la corte, y había logrado un cargo en la Real Audiencia <strong>del</strong><br />
Reino. Así había favorecido a sus parientes de Tierra Firme, y se decía que<br />
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