Descargar PDF - Fondo Editorial del Caribe / Anzoátegui
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complicadas que eran. Ese día en el bosque mi curiosidad era enorme. Después<br />
levantamos los ojos y nos dimos cuenta que no sólo la techumbre de las ramazones<br />
impedía el sol, sino espesas bandadas de pájaros negros, de ojos<br />
como brasas mínimas y picos amarillos. Habían estado mirándonos con curiosa<br />
expectativa, pero comenzaron a moverse y a cantar, cubriéndonos con<br />
un fino polvillo color ceniza. Rodríguez se llevó los dedos a la nariz para descifrar<br />
la ceniza, y concluyó que era mierda seca de pájaro. Creía que los pájaros<br />
llevaban años sin moverse. Con los ojos cerrados, cubiertos de ceniza de pies<br />
a cabeza, oímos cómo la bandada de pájaros comenzaba a desprenderse de<br />
las ramas con cantos desaforados. Rodríguez, con cierta alarma en la voz,<br />
anunció que debíamos irnos de inmediato. Un miedo a una fatalidad inminente<br />
me hizo caminar a ciegas detrás de él. Los burros rebuznaban con pavor y<br />
traté de ir hacia ellos para soltarlos, pero, aunque intenté agarrarme a los<br />
arbustos, una exhalación de plumas me elevó por los aires. El viento me disipó<br />
la ceniza de la cara y vi que Rodríguez, los burros y yo volábamos alto sobre<br />
el río, en una alfombra de millares de alas de pájaros negros. Descendimos en<br />
la orilla <strong>del</strong> río, después de dar una vuelta cerca de las nubes, desde cuya altura<br />
identificamos los techos de la ciudad y la jauría de perros por sus calles.<br />
Rodríguez y yo nos miramos atónitos, descubriendo, con sorpresa, que los<br />
pájaros nos habían dejado en el comienzo <strong>del</strong> bosque y montados sobre los<br />
burros.<br />
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