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Descargar PDF - Fondo Editorial del Caribe / Anzoátegui

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14<br />

Infinitud de los mundos<br />

A pesar de que el paisaje no había cambiado (seguíamos viajando por un<br />

camino cubierto de una y otra parte de árboles grandes, aguas profusas y, a<br />

distancia, copiosas plantaciones de arroz), hacía un tiempo que habíamos<br />

salido de los límites <strong>del</strong> Véneto, y estábamos, según nos informó Manzoni, en<br />

la región de Emilia –la Aemilia romana-, en el corazón de la península, en los<br />

llamados Estados Pontificios. Hicimos una parada, obligados porque una alcantarilla<br />

desbordada inundó casi una milla <strong>del</strong> antiguo camino de la Emilia,<br />

construido en el 187 a. C. por el cónsul romano Marco Antonio Lépido. Dos<br />

días estuvimos en un albergo que nos consiguió el conductor de la calesa. A<br />

diferencia <strong>del</strong> anterior que nos llevó a Ferrara, aquél era joven y dicharachero,<br />

y no le quitaba los ojos de encima a Marina. Advirtió que entre ella y yo había<br />

algo. Notó que el novio oficial de Marina era Manzoni, y por eso sonaba socarrón<br />

cuando se dirigía a mí. Se tomó confianza cuando, al llevarnos al albergo,<br />

una casa campestre con un corral de pecoras, me guiñó un ojo. Según él, de<br />

noche, con el olor <strong>del</strong> stercore, en el medio de las pecoras, no había mejor escondite<br />

para dos enamorados furtivos. Yo no le hice caso. Marina durmió con su<br />

madre, como lo hacía siempre, pero durante el día se desprendió de ella y<br />

habló conmigo. Paseamos por los alrededores de la casa, entre un bosquecillo<br />

saturado de flores, y ella habló de un sueño suyo que era su primer recuerdo.<br />

Pero le parecía tan remoto que no alcanzaba a distinguir si lo había soñado o<br />

lo había vivido en otra vida que ella había heredado. Creía en la pluralidad de<br />

los mundos. Me miró con sus ojos brillantes, <strong>del</strong> color limpio <strong>del</strong> cielo de la<br />

mañana, y justificó que así pensara por el hecho de que, a lo mejor, ella, o su<br />

substancia, provenía de otro mundo. Una vida acaso diferente de la nuestra.<br />

Creía que en la luna había agua. No tenía otra manera de explicar sus manchas,<br />

salvo como la imagen de lagos. Por otra parte si la luna había sido concebida<br />

solamente como un gran espejo que servía para reflejar sobre la tierra la luz<br />

<strong>del</strong> sol, ¿por qué el Creador habría tenido que embadurnar ese espejo con<br />

manchas? Las manchas no eran imperfecciones sino perfecciones, y por tanto<br />

estanques, o lagos, o mares. Y si allá arriba había agua y había aire, había vida.<br />

Le pregunté si quería decir que procedía de la luna. No, no había querido<br />

decir eso, sólo había querido mostrarme que si había infinitos mundos ésa era<br />

la prueba <strong>del</strong> infinito ingenio <strong>del</strong> Ingeniero de nuestro universo. Él podía haber<br />

creado mundos habitados por doquier, por criaturas siempre diferentes. Quizá<br />

los habitantes <strong>del</strong> sol eran más solares, claros e iluminados que los habi-<br />

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