Descargar PDF - Fondo Editorial del Caribe / Anzoátegui
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poco después, Rodríguez cayó preso, sospechoso de haber participado en la<br />
conspiración de La Guaira. Yo fui a visitarlo en la prisión <strong>del</strong> Ayuntamiento.<br />
Se lo pedí al tío Carlos, y él accedió a pesar de que le había escrito una carta<br />
al tío Esteban que no dejaba lugar a dudas acerca de sus sentimientos, o de<br />
sus pensamientos: Ha sobrevenido la última calamidad, y es haberse descubierto casualmente,<br />
por un milagro de la divina Providencia, una insurrección que se tenía tramada en el<br />
puerto de La Guaira. Tres reos de Estado dejaron a cargo de cuatro locos el detestable proyecto,<br />
y lo que es peor, coaligados con esta canalla <strong>del</strong> mulatismo, llevando por principal sistema<br />
aquel detestable de la igualdad. Me sorprendió verlo feliz, sonriente, en vez <strong>del</strong><br />
hombre asustado que esperaba encontrar. No me contó mucho, seguramente<br />
por los ojos fijos que el guardia tenía sobre él, pero tampoco hacía falta. Después<br />
que se convirtió en mi maestro particular entramos de lleno en materia.<br />
Por fin me enseñó a leer y a escribir, y luego vino el estudio de otro libro de<br />
Rousseau, El contrato social. Rodríguez aseguraba que ese libro había desencadenado<br />
la revolución de París. Me contó que un hombre, Nariño, <strong>del</strong> vecino<br />
país de Nueva Granada, había traducido e impreso la Declaración de los Derechos<br />
<strong>del</strong> Hombre y el Ciudadano, y que otros, al leerlos, se habían levantado contra el<br />
rey. Había sucedido en nuestras narices, y lástima que el movimiento había<br />
fracasado. Se buscaba establecer un gobierno propio, sin reyes que se dijeran<br />
ungidos de Dios, a fin de darle al Estado el carácter de guía de la felicidad <strong>del</strong><br />
pueblo. Discutíamos esas teorías como si yo fuera mayor, y Rodríguez no escatimaba<br />
términos para que yo entendiera cada cosa. Explicaba que todo lo que<br />
hiciéramos a partir de entonces provenía de la razón y no de Dios, y que por<br />
eso el pueblo de París le había cortado la cabeza al rey de Francia, el ungido de<br />
Dios. Los nobles condenados a la guillotina apostaban que su sangre era más<br />
azul que otras. Cuando la cabeza saltaba y corría la sangre roja, la decepción<br />
<strong>del</strong> pueblo era mucha, y empezó a creer en él como la fuerza indetenible de la<br />
historia. Acicateados por un grupo de prisioneros españoles en el fortín de La<br />
Guaira, unos en la provincia se pusieron a conspirar, y Rodríguez se unió a ellos.<br />
La conspiración fue <strong>del</strong>atada, y Rodríguez fue uno de los presos, aunque en su<br />
caso sólo se trató de una sospecha. Yo tenía catorce años cuando Rodríguez,<br />
puesto en libertad por falta de pruebas, salió <strong>del</strong> país. Pensé que las autoridades<br />
españolas habían cometido una estupidez. Lo que Rodríguez tenía en la<br />
cabeza era suficiente para condenarlo. Rodríguez era un peligro donde se encontrara,<br />
sin embargo, pasado el tiempo, comprendí que el gobierno español<br />
tuvo razón al ponerlo en libertad. Su peligrosidad radicó en encenderle el corazón<br />
a un niño como yo. Sin embargo, aunque yo estaba embelesado con sus<br />
ideas y sus lecciones de historia, que habían calado hondo en mí, no era suficiente,<br />
y no lo sería hasta después de convencerme, con la fuerza de los hechos,<br />
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