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Descargar PDF - Fondo Editorial del Caribe / Anzoátegui

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se embarcó en una charla desarticulada. Era obvio que no pensaba tocar temas<br />

personales. Parecía agitada cuando entró su hija con un vestido de muselina<br />

blanca. Estaba encantadora. Yo me olvidé de las convenciones y tomé a Belén<br />

en mis brazos, y la habría besado si ella no se hubiera desprendido de mí. Doña<br />

Josefa sólo había consentido mi visita para darnos una oportunidad de hablar<br />

en el jardín y decidir —como sin duda debíamos decidir— que no tenía sentido<br />

continuar viéndonos, y que sería mejor separarnos. Después Belén podía devolverme<br />

el anillo, y yo, claro, me marcharía de inmediato de Caracas, pues lo último<br />

que desearía era volver más tarde a cenar con ellas. Cuando sugirió que<br />

Belén y yo saliéramos al patio interior, lo tomé como una muestra de buena<br />

voluntad. Seguí a Belén al jardín y la besé detrás de unos árboles de pimiento.<br />

Pero lo que siguió fue peor que lo soportado en los penosos días después de<br />

mi entrevista con su padre. Belén me devolvió el beso, pero también el anillo.<br />

Mi propuesta de que nos escapáramos fue recibida con espanto. Ella ni soñaba<br />

con hacer algo tan inadmisible. Se puso a llorar, y yo tuve que disculparme hasta<br />

la humillación para conseguir que no corriera a la casa. Pero, aunque me<br />

perdonó, el daño estaba hecho. Belén no aceptó ninguna propuesta de encuentros<br />

privados. Me explicó entre lágrimas que me amaba, y que si su papá lo<br />

aprobaba se habría casado conmigo al día siguiente. Pero, ¿cómo podría saber<br />

lo que yo sentiría cuando tuviera veintiún años? ¿Seguiría enamorado de ella?<br />

Le juré con pasión que siempre la amaría. Ella me aseguró que, en ese caso, si<br />

seguía enamorada de mí, nos casaríamos. Le dije que estaba dispuesto a esperar<br />

el tiempo que fuera si ella prometía casarse conmigo algún día. Pero Belén<br />

no quería prometer nada. Tampoco quería el anillo. Me recomendó que lo guardara,<br />

y si algún día su padre daba su aprobación ella lo aceptaría. Me sentí derrotado.<br />

Le prometí guardar el anillo, y tarde o temprano, cuando hubiera probado<br />

que era digno de ella, le pediría que lo aceptara de nuevo. Pero la verdad<br />

se evidenció dos meses después. Belén se comprometió con otro. Fui a la casa<br />

de los Aristeguieta y tuve la suerte de que Belén estuviera sola. El sirviente, a<br />

quien amenacé con entrar yo mismo, fue a golpear a su puerta. Cuando, cinco<br />

minutos después, Belén entró en la sala, era penosamente obvio que esperaba<br />

ver a otra persona. Se detuvo en seco, y su sonrisa se borró de su hermoso rostro.<br />

Me reprochó que hubiera ido a verla. Algo en su expresión y en su voz me<br />

intimidaron. Le expliqué, tartamudeando un poco, que su madre me había escrito<br />

que ella se había comprometido para casarse. ¿Era verdad? Ella dio un<br />

golpe en el piso con el pie. Estaba furiosa. Me dijo que yo no tenía derecho a<br />

entrar a su casa por la fuerza ni interrogarla cuando sabía que estaba sola. Retrocedió<br />

cuando avancé hacia ella, pero pasé a su lado sin tocarla, cerré la<br />

puerta con llave, guardé la llave en mi bolsillo y me planté entre ella y la puerta.<br />

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