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Descargar PDF - Fondo Editorial del Caribe / Anzoátegui

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sorprendió de que fuera rico. Esclavos, tierras que se perdían de vista, sembríos<br />

extensos, casas en la capital de una provincia de un país fabuloso allende los<br />

mares, era cuanto necesitaba para su hija. Desdeñó el noviazgo de su hija con<br />

Manzoni. Era un buen hombre, inteligente, instruido, pero eso no compensaba<br />

su falta de medios. Me contó que el padre de Manzoni tenía ascendencia<br />

irlandesa y que la madre era griega. De ahí su romántico perfil y sus rizos<br />

byronianos. Él pertenecía a esa clase intermedia de los intelectuales con alguna<br />

dote, pero no eran propietarios feudales. Manzoni había querido ser<br />

militar, pero su madre no lo quiso, y él, para complacerla, se decidió por la<br />

literatura. Según la signora Cardamone, aquél, el de literato, era un oficio difícil.<br />

Era cierto que daba brillo, pero resultaba un azar. Su hija no iba a comer<br />

con la historia de un prestigio, a menos que Manzoni se decidiera por algún<br />

oficio terrenal. Yo le observé que Manzoni, pese a su oficio bohemio, parecía<br />

estar en una buena posición, pues en su casa había dos carozze, nada menos.<br />

Pero ella me derrotó con una lógica implacable. Hacía tiempo que él no producía,<br />

y cuanto tenía provenía de una herencia que, si no se incrementaba,<br />

caería como un castillo de naipes. La signora Cardamone sabía mi interés por<br />

Marina. Ella lo había notado en Milán, y estaba segura que no era casual que<br />

viajáramos juntos. Me dejó frío con su aseveración de que Marina amaba a<br />

Manzoni, y que por eso su decisión de dejarlo por mí implicaría un proceso<br />

difícil. Me miró, como calibrando la intensidad de sus palabras, y optó por<br />

dejarme el vuelo de una esperanza. Creía que Marina decidiría por mí si yo era<br />

capaz de abrirle mi corazón, de confesarle mis intenciones más recónditas. Su<br />

hija era muy soñadora. Ella se había percatado de que yo era un filósofo. Las<br />

compañías que me gastaba no eran, de ninguna manera, normales. Me confesó<br />

que le tenía miedo a Rodríguez porque, a cada momento, la miraba como<br />

si fuera a quitarse los pantalones frente a ella. È un pervertito. Fernando le parecía<br />

un enajenado, por el tono exaltado con que hablaba, como si siempre<br />

estuviera al frente de una carga de caballería. Le había oído recitar poesías<br />

cuando estaba solo. È un lunatico. No entendía claramente qué hacía yo por<br />

esos mundos. Pero cualquiera cosa que fuera confiaba en que yo, acaudalado<br />

como era, pudiera convencer a Marina de una vida afortunada a mi lado. Yo<br />

entendí mal a la signora Cardamone, y por eso sucedieron las cosas entre Marina<br />

y yo. Pero agradecí la suerte que tuve de no penetrar sus intenciones, pues<br />

mis sueños de consagrarme a la libertad <strong>del</strong> género humano habrían naufragado<br />

en la vida común de un hombre casado. Seguimos viaje al amanecer,<br />

ondulando con el sol a cuestas, viendo pasar por sobre nuestras cabezas el<br />

vuelo apresurado de codornices, becadas y perdices. Durante esa jornada tuvimos<br />

un percance que pudo frustrar nuestro viaje por Italia. Sucedió a me-<br />

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