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Descargar PDF - Fondo Editorial del Caribe / Anzoátegui

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mejor ser temido o amado? ¿El fin justificaba los medios? Había leído el libro.<br />

De hecho el ejemplar que yo estaba leyendo había sido suyo, adquirido quién<br />

sabe en qué bazar de libros de remate de Europa. Pensé que me iba a confundir<br />

con tantos subrayados que tenían casi todas las páginas, pero me agradó<br />

muchísimo, por unas notas de su puño y letra a pie de página, que cuanto le<br />

hubiera parecido notable era porque pensó que sería útil para mí. En ese<br />

sentido el libro, en la época y en el lugar que hubiese sido comprado, había<br />

sido para mí. No podía ser de otro modo, pues lo extraordinario de mi amistad<br />

con Rodríguez era que, en todo momento, desde el día en que lo conocí, él<br />

había decidido ser mi maestro in saecula saeculorum. Rodríguez nunca sería un<br />

político, sólo un filósofo, y esa tarde en Flesiga lo demostró. No dudaba que<br />

valía mucho más ser amado que temido. Y lo explicó. A su entender (y esa era<br />

una de las fallas de Maquiavelo) nadie que quisiera gobernar a los hombres<br />

debía plantearse, ni siquiera, esa disyuntiva. Porque estaría orientándose por<br />

el camino de lo amoral. Un benefactor, que era o debía ser un zoon politikon, sólo<br />

debía escoger ser amado, y sus ejecutorias, cualesquiera fueran las circunstancias,<br />

debían buscar el amor de sus semejantes. Y aquí se detuvo, me miró<br />

con sus ojos inyectados por la emoción, y explicó que, en ser amado por el<br />

prójimo, en eso consistía la gloria. En cuanto a que si el fin justificaba los<br />

medios, él daba por resuelto ese otro dilema si se escogía ser amado. Manzoni,<br />

que creyó no entender lo que le pareció un galimatías, miró a Rodríguez.<br />

¿Come dice? Rodríguez no se inmutó. Los medios, que él conceptuaba como la<br />

generosidad con que debían hacerse las cosas, conducían inevitablemente al<br />

Bien Común, como lo planteaba Platón en La república. Manzoni creía que<br />

cuanto decía el signore Rodríguez era más bien religioso que político. Aclaró<br />

que estaba consciente de su edad, era joven, necesitaba todavía un tiempo<br />

más para probar el mundo, pero comprendía, aún ahora, que el camino de la<br />

política era duro. Había obstáculos de toda suerte, y uno de los más duros<br />

consistía precisamente en mantener contento a todo el mundo. Rodríguez le<br />

reprochó su escepticismo, y se extendía sobre sus males cuando interrumpió<br />

el conductor de la calesa con el anuncio de que, por haberse estropeado una<br />

rueda, seguiríamos viaje a Ferrara al día siguiente, por lo cual debíamos arreglar<br />

quedarnos esa noche en Flesiga. Pagamos, cada uno, ocho páolos por un<br />

cuarto estrecho, seis por comida y cinco por el servidor. Después de la cena<br />

(comimos pasta a la parchitana) me acerqué a la signora Cardamone. Estaba<br />

provista de lana y ganchillos. Su mirada dura y fría se volcó sobre mí. Pero<br />

rompí el hielo de sus ojos con la noticia de que estaba dispuesto a ayudarle<br />

a hacer un ovillo. Le sostuve la madeja de lana, mientras ella, sonreída, daba<br />

diestras puntadas, y la larga tarde dorada la pasamos en amena charla. Se<br />

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