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Descargar PDF - Fondo Editorial del Caribe / Anzoátegui

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estaba a punto de conseguir un marquesado para uno de sus hermanos. Era<br />

un criollo monárquico, extremadamente conservador, como mis tíos Carlos y<br />

Esteban. Teresa, sin arredrarse en absoluto, sonreía y miraba a los hombres<br />

sentados a la mesa. Su padre don Bernardo Rodríguez <strong>del</strong> Toro y Ascanio y el<br />

marqués de Ustáriz la miraban con benevolencia. Ella estaba segura de que<br />

no volvería a ocurrir ninguna conspiración. Se inclinó hacia mí, que escuchaba<br />

con interés desde el lado opuesto de la mesa, y me preguntó si yo estaba de<br />

acuerdo con ella. Yo no tenía su seguridad, y suponía que dependería en grado<br />

sumo de las autoridades españolas. Don Esteban Fernández de León me<br />

replicó en un tono que indicaba que no sólo encontraba mi sugerencia totalmente<br />

inaceptable, sino que, viniendo de un oficial <strong>del</strong> rey, era insultante. Yo<br />

no dije nada, porque no quería ofenderlo, pero la señorita Toro entró alegremente<br />

en el terreno peligroso. Explicó que lo que yo había querido decir era<br />

que si las autoridades españolas gobernaban con justicia no habría razones<br />

para conjuras ni levantamientos. Se volvió hacia mí y me preguntó si estaba<br />

en lo cierto. No, no exactamente, pero fue la forma en que Teresa dijo «con<br />

justicia» lo que hizo que, desde ese momento, la considerara algo más que<br />

una muchacha bonita. Después, a pesar de la estricta vigilancia de su padre y<br />

un montón de admiradores, yo aprovechaba cada oportunidad, durante las<br />

veladas en casa <strong>del</strong> marqués de Ustáriz, de hablar con ella o escucharla hablar<br />

de la tierra a la que quería conocer con tan alegres expectativas. Era tanta mi<br />

emoción cuando hablaba con ella que un sudor frío me humedecía las manos.<br />

Tuve conciencia exacta de que la conocía desde siempre, que terminaríamos<br />

casándonos, y que todo cuanto nos dijéramos ya lo sabíamos de antemano.<br />

Bernardo Rodríguez <strong>del</strong> Toro y Ascanio se acercaba a los sesenta años, y sólo<br />

había sido mayor de un regimiento de infantería en la provincia de Caracas.<br />

Tres de los siete hijos que tuvo con su esposa Benita de Alaiza y Medrano<br />

murieron en la primera infancia. Ya entonces vivían en Madrid. Él era pariente<br />

de los Toro de la provincia, hermano <strong>del</strong> tercer marqués <strong>del</strong> Toro, el teniente<br />

coronel Sebastián Rodríguez <strong>del</strong> Toro y Ascanio, padre de Francisco y de Fernando.<br />

Hacía diez años que había quedado viudo y, uno a uno, metió a sus<br />

tres hijos varones en la carrera militar. El mayor ya era oficial de infantería en<br />

un regimiento de Madrid. Mientras tanto había pensado en viajar a América<br />

con Teresa, pero pospuso su viaje porque las posibilidades de que su hija<br />

encontrara un buen partido en un pueblito provinciano como Caracas eran<br />

escasas. En España, en cambio, sobraban hombres solteros elegibles, de manera<br />

que había que dar a Teresa la oportunidad de conocer a algún caballero<br />

adecuado y casarse con él. Su decisión se fortaleció rápidamente cuando no<br />

menos de once caballeros, que asistían a las veladas los sábados en casa <strong>del</strong><br />

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