09.05.2013 Views

Descargar PDF - Fondo Editorial del Caribe / Anzoátegui

Descargar PDF - Fondo Editorial del Caribe / Anzoátegui

Descargar PDF - Fondo Editorial del Caribe / Anzoátegui

SHOW MORE
SHOW LESS

Create successful ePaper yourself

Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.

fue una hembra, Juana, y el cuarto fui yo. Los tres primeros nacieron en nuestro<br />

caserón de San Jacinto, colindante con la plaza mayor de Caracas, pero yo<br />

fui gestado en una larga temporada de mis padres en la hacienda de cacao y<br />

añil que tenían en Yare, en las estribaciones de la montaña de Güeme. Concepción,<br />

pese a tener tres hijos antes que yo, sólo descubrió que estaba embarazada<br />

por cuarta vez después de bastante tiempo, quizás no por su culpa,<br />

pues lo que se dijo fue que su menstruación le llegaba puntual. Cuando se dio<br />

cuenta de su estado quedó desconcertada. Juan Vicente, igualmente sorprendido,<br />

manifestó sus esperanzas de que su mujer estuviera equivocada con<br />

respecto a su estado. No concebía que ella todavía menstruara con una criatura<br />

en proceso de crecimiento en el vientre. Lo atribuía a una jugada <strong>del</strong><br />

demonio. Al fin Concepción tomó un brebaje, hecho a base de hierbas, y dejó<br />

de menstruar. Entonces ambos se convencieron <strong>del</strong> embarazo, y él preguntó<br />

con cierta zozobra cuándo nacería el niño. Concepción no tenía idea, pero<br />

trató de recordar los meses pasados, contó con los dedos, frunció el ceño,<br />

volvió a contar, y aventuró una fecha que resultó totalmente inexacta. Juan<br />

Vicente decidió que estaría bien si llegaban a la ciudad con un mes de anticipación.<br />

Allá habría un médico y otras parturientas. Así fue como yo nací en<br />

aquella hacienda, sin asistencia médica ni los medicamentos que poseía la<br />

ciencia, sólo con parteras negras, sus hierbas y sus supersticiones. De todo<br />

ese grupo de rostros oscuros, con ojos relumbrones, sólo hubo una que ayudó<br />

verdaderamente. Fue Hipólita, la esposa de Deogracia Ramón, el capataz<br />

principal de la hacienda. Hipólita era una esclava nacida en esas montañas<br />

que había sufrido la desgracia de tener y perder cinco hijas en los últimos<br />

cinco años. La última había muerto la semana anterior a mi nacimiento, después<br />

de vivir menos de tres días. En la víspera de mi nacimiento, cuando mi<br />

madre se convulsionaba dolorosamente, Deogracia Ramón fue a buscarla.<br />

Comentó que su mujer lo que podía era traer hijos al mundo, aunque después<br />

no sobrevivieran, y él confiaba en que los dioses la ayudarían con conocimientos<br />

suficientes para ayudar al ama en ese trance. Entonces Hipólita actuó como<br />

partera. Mi madre se puso tan enferma, que no pocos pensaron en la hacienda<br />

que iba a morirse. La enfermó el viento frío que bajaba de las altas montañas<br />

cubiertas de neblina. Removía el polvo y las hojas secas de los árboles que<br />

entraban en remolinos en la hacienda, y las lámparas zozobraban con la corriente<br />

de aire, y había suciedad en el polvo: gérmenes, infección, que no se<br />

habría encontrado en un dormitorio de nuestra casa de San Jacinto, con un<br />

médico español de cabecera. Como pensó que se iba a morir, mi padre decidió<br />

dejarla en la hacienda, al cuidado de Hipólita y de las otras negras, y él partió<br />

a Caracas, en una cabalgata de muchos caballos, llevándonos a mis hermanos<br />

11

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!