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Tumba de Maquiavelo
No hice caso de lo que Marina quería, y, por el contrario, me dediqué a lo
que había descuidado hasta entonces. La ciudad en la que estábamos era cuna
del renacimiento italiano, y había mucho que ver. Un día hicimos un paseo
que terminó frente a la tumba de Nicolás Maquiavelo, en el interior de la iglesia
de Santa Croce. Empezamos en la Piazza della Signoria, y nos detuvimos unos
minutos frente a la réplica del David. Volteando hacia el Arno, el Fiume como
le llaman los florentinos, llegamos al Palazzo degli Uffizi, sede de las oficinas del
gobierno y los tribunales, al lado del Palazzo Vecchio, y entramos a la Galleria
degli Uffizi para admirar la magnífica colección de pinturas de los primitivos
florentinos y sieneses, de la escuela véneta, del gótico y de los modernos.
Imposible no detenerse más tiempo en la Sala de Sandro Botticelli y ver y
rever Afrodita naciendo de las aguas, La Alegoría de la Primavera, La Virgen del Magnificat
y la Virgen de la granada, donde pintó una misma mujer, Simonetta Vespucci
Cattaneo, una bella dama de la sociedad florentina del cinquecento, su modelo
y amante, prima de Américo Vespucci, el navegante que le dio el nombre a la
Gobernación de Venezuela o Tierra Firme y que, tenido por descubridor de
América antes que el genovés Colón, a todo el continente. De allí nos fuimos
por el Ponte Vecchio, sobre el Arno, eje de camino entre las dos Etrurias, la del
Norte y la del Sur, de piedra modelada a mano, con sus puertas laterales y las
tiendas de los orfebres y los joyeros, y sus salidizos colgantes sobre el río.
Después nos metimos por el corredor de Vasari, que une al Palazzo degli Uffizi
con el Palazzo Pitti, la residencia de los duques de Toscana, en la margen izquierda
del río, y nos deleitamos con la vista de los enormes jardines de Boboli,
detrás del Palazzo Pitti, y, en la margen derecha del Arno, formando un
semicírculo en torno a la catedral de Santa Maria dei Fiori y el Palazzo Vecchio,
entramos a las iglesias de Santa Trinitá y de Santa Maria Novella. No éramos
asiduos a las iglesias, y pocas habíamos visitado en nuestro viaje por Italia
donde había tantas. Pero teníamos noticias de que las iglesias de Santa Trinitá
y Santa Maria Novella eran distintas, y no sufrimos una desilusión. Además de
la fachada revestida de mármoles verdes y rosas de Santa Maria Novella, el espacio
armónico y severo de ambas nos transmitió alegría y ganas de vivir.
Tenían un sentido del espacio desnudo, sin altares, y murales y frescos de
Andrea del Castagno, Paolo de Ucello, Vasari y Ghiberti. Como nos quedaba
cerca, aprovechamos para visitar la Capilla de los Medici, al lado del monasterio
de San Lorenzo. En la parte superior de la cripta, en la Nueva Sacristía,
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