Descargar PDF - Fondo Editorial del Caribe / Anzoátegui
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Fanny du Villars<br />
En uno de sus esfuerzos por darle un sentido importante a mi vida, Rodríguez<br />
me convidó a una conferencia en el Institut National. El barón de Humboldt<br />
acababa de llegar de América, y había abierto una exposición de las maravillas<br />
naturales que trajo consigo. No sólo Rodríguez y yo fuimos al Institut National,<br />
también Rocafuerte y Fernando, y allí conocimos a Humboldt. Rocafuerte vio<br />
que un compatriota suyo, Carlos Montúfar, acompañaba a Humboldt y a Bonpland,<br />
y le pidió que nos presentara. De Humboldt me impresionaron dos<br />
cosas: su belleza, inaudita en un hombre, y su elocuencia. Viendo a Humboldt,<br />
comenzó a importarme lo que atañía a un orador, la gestualidad, el énfasis en<br />
el tono, la capacidad histriónica. Nos dimos cuenta que era el hombre noticia<br />
de París, y que la prensa lo consideraba, por haber viajado por su cuenta y<br />
riesgo con su compañero francés Aimé de Bonpland por anónimos lugares <strong>del</strong><br />
Nuevo Mundo, el nuevo descubridor de América. Hablamos con él esa tarde<br />
de Caracas y su gente. Debí parecerle fatuo, pues le vi un gesto de desdén.<br />
Pensé, mientras lo frecuenté en París, que nunca le caí bien. En cambio Bonpland<br />
era más indulgente conmigo, y entre nosotros surgió una excelente<br />
camaradería. Asistí varias veces a la tertulia de Humboldt con escritores y<br />
políticos en el café Gran Vefour, en el mismo Palais Royal, vecino de la rue<br />
Richelieu, ubicado en uno de los locales fronterizos a la Galería de Beaullolai,<br />
y en una ocasión, ante una insistencia de Rodríguez, Humboldt se refirió al<br />
tema de la independencia de América. Pensaba que nuestro país estaba maduro<br />
para la independencia, pero no veía a los hombres capaces de llevarla a<br />
cabo. Sentí que lo decía para humillarme de cierta manera, porque en otras<br />
oportunidades, en el mismo Gran Vefour, yo había manifestado abiertamente<br />
mi deseo de que mi país se independizara de España. Rodríguez, Fernando y<br />
yo lo discutíamos con frecuencia. Y también con Montúfar y Rocafuerte. Pero<br />
siempre había sido en conversaciones de sobremesa, frente a copas de vino,<br />
y medio borrachos. Quizás Humboldt juzgó mis palabras como lo que eran<br />
realmente, sólo un arrebato producto <strong>del</strong> alcohol. Pero Bonpland captó la<br />
<strong>del</strong>iberada animosidad de Humboldt hacia mí, y, con bondad y tacto, manifestó<br />
que las revoluciones producían a sus hombres y que América no sería la<br />
excepción. Mientras tanto Rocafuerte, Montúfar, Fernando, Pedro José Dehollain<br />
y yo nos divertíamos de lo lindo en los establecimientos ubicados en los alrededores<br />
<strong>del</strong> Hospital de los Inválidos. Ya Alejandro Dehollain se había marchado<br />
a Cambrai, su ciudad natal. Una madrugada recalamos en el Covent<br />
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