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Descargar PDF - Fondo Editorial del Caribe / Anzoátegui

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de escribirnos. De esa época fue una carta extensa, escrita a modo de memorial,<br />

donde yo le descubría mi alma. Era un tiempo difícil para mí, como todos<br />

los de mi vida, y estaba aturdido por fiestas prolongadas y mujeres de ocasión.<br />

Fui a buscar a Rodríguez para que me ayudara con sus consejos, pero lo encontré<br />

absorto en un laboratorio de física en compañía <strong>del</strong> abate Friedrich.<br />

Intentaba desentrañar la naturaleza y composición de los átomos, y reflexionó<br />

en voz alta <strong>del</strong>ante de mí. Sin dejar de ser rusoniano se declaraba ahora epicúreo.<br />

Lo oí decir que si el universo no era sino un conjunto de átomos simples<br />

que se chocaban para generar sus compuestos, no era posible que, una vez<br />

compuestos en los compuestos, los átomos cesaran de moverse. En todos los<br />

objetos debía mantenerse un movimiento continuo: vertiginoso en los vientos,<br />

fluido y regulado en los cuerpos animales, lento pero inexorable en los vegetales<br />

y, sin duda, más lento, pero no ausente, en los minerales. Cada cuerpo<br />

estaba compuesto por átomos, igual que los cuerpos pura y solamente extensos<br />

de los que hablaban los Geómetras, y estos átomos eran indivisibles. Era<br />

seguro entonces que una recta se pudiera dividir en dos partes iguales, cualquiera<br />

que fuera su longitud. Pero, si la longitud era insignificante, era posible<br />

que se dividiera en dos partes una recta compuesta por un número impar de<br />

indivisibles. Esto querría decir que si no se quería que las dos partes resultaran<br />

desiguales se podría dividir en dos el indivisible mediano. Pero éste,<br />

siendo a su vez extenso y, por tanto, a su vez una recta, aunque fuera de imperscrutable<br />

brevedad, debería ser a su vez divisible en dos partes iguales. Y<br />

así al infinito. Yo insistí hablándole de mis problemas, y él me exhortó a que<br />

hiciera algo útil con mi vida. Me recordó que tenía lo más importante: dinero.<br />

Poco después viajó a París, y se hospedó con nosotros en el Hotel Des Etrangers,<br />

en la misma rue Vivienne, aunque en la acera contraria al hotel en el que<br />

me había hospedado antes. Hablamos de la gloria que podía alcanzar un<br />

hombre capaz de hacer grandes cosas. Él creía que todo hombre consciente<br />

debía buscarse a sí mismo y decidir su vida por el camino que escogiera. Me<br />

distrajo en cosas provechosas, y me llevó con frecuencia al teatro. Hizo amistad<br />

con los hermanos Dehollain, y leyó las traducciones que Pedro José hacía<br />

de Lucrecio y las cartas que Alejandro escribía para amantes de fantasía.<br />

Descubrió que eran epicúreos, y, con ellos, me inició en el conocimiento de<br />

esa filosofía. Fernando y los ecuatorianos se mantuvieron discretamente al<br />

margen. Los hermanos Dehollain tenían en su casa una biblioteca con libros<br />

encuadernados con cordobanes levantinos y los nombres de los mejores autores<br />

estampados en oro en el lomo, y una rica colección de medallas, cuchillos<br />

de Turquía, piedras de ágata y rarezas matemáticas. Esa biblioteca era un<br />

lugar en el que mi mente cada tarde se abría cada vez más en comunicación<br />

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