Descargar PDF - Fondo Editorial del Caribe / Anzoátegui

diodía, cuando nos envolvió una polvareda que creímos era producto de un
viento. Era por un rebaño de vacas que guiaba un grupo de hombres. Al pasar
frente a nosotros uno de los hombres señaló a Fernando y le gritó un insulto
que todos entendimos y que a él le puso lívido el rostro. ¡É un figlio di prostituta!
Fernando estaba sorprendido. Mandó a nuestro conductor que detuviera la
calesa, y se dirigió al hombre en el mismo idioma y con el mismo insulto, pero
precedido por una cortesía. Scusano Suoi Merced, ma è più figlio di prostituta. De ahí
a lo que sucedió después fue muy rápido. El hombre se bajó de la montura,
Fernando de la calesa. El hombre, con traza de caballero, avanzó con la espada
levantada y los ojos brillantes. Fernando también desenvainó la espada,
pero, mientras caminaba, pasó rápidamente la espada a la izquierda, extrajo
la pistola del cinturón y extendió el brazo, todo de una manera tan rápida que
sorprendió al hombre, que arrastrado por el ímpetu estaba casi a su altura.
Pero Fernando no disparó enseguida. Se tomó el tiempo para decirle que no
sabía a qué jugada del demonio obedecía a que fuera insultado de modo tan
recio y tan injusto, y que perdonara la pistola, pues tenía derecho a usar el
fuego en descargo de su rabia tan repentinamente desencadenada. Apretó el
gatillo y el desgraciado cayó, la cara bañada en sangre. Dos de sus compañeros,
con resignación, lo levantaron y lo cruzaron sobre la silla, sin dirigirle una sola
mirada a Fernando. ¿Por qué no habían reaccionado contra Fernando? La
signora Cardamone dio la explicación adecuada. El infeliz muerto tenía una
cuenta pendiente con alguien parecido a Fernando como dos gotas de agua.
Era, por lo tanto, un lance de honor. Questione risolta.
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