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Descargar PDF - Fondo Editorial del Caribe / Anzoátegui

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safío. Teresa se retiró temprano con su padre, Ardanaz fue llevado en coche a<br />

su casa por algunos amigos, y yo me quedé desvelado, tendido en mi cama,<br />

mareado por el champagne y la felicidad. Era increíble que con tantos pretendientes<br />

para elegir Teresa me hubiese elegido. Era el hombre más afortunado<br />

<strong>del</strong> mundo. En ese momento dejé de oír el sonido <strong>del</strong> caracol en mis oídos.<br />

Lo que entonces hacíamos Teresa y yo, además de comernos con los ojos y<br />

con la boca cuando podíamos escaparnos de las miradas de don Bernardo o<br />

de la tía María de los Dolores Alaiza y Medrano, era planear todo lo que haríamos<br />

juntos en nuestra larga vida de casados. Tendríamos hijos, yo sería intendente<br />

de la provincia de Caracas, y veríamos crecer nuestras propiedades y<br />

caudales. Viajaríamos de vez en cuando a España, y finalmente fijaríamos residencia<br />

en Madrid, para que nuestros huesos descansaran en la iglesia de<br />

San José, que quedaba a pocas cuadras de la casa de don Bernardo y donde<br />

habíamos convenido casarnos. Pero don Bernardo fue inexorable en su decisión<br />

de retardar el matrimonio. Se alarmó al vernos todo el tiempo juntos. Su casa<br />

estaba en la calle de Fuencarral, y era de mucha fachada y poco fondo porque<br />

detrás terminaba en ángulo agudo la calle de Hortaleza. La tía María de los<br />

Dolores Alaiza y Medrano vivía en la calle de Hortaleza, en una casa que se<br />

comunicaba fondo con fondo con la de don Bernardo. En las mañanas me<br />

encontraba con Teresa y su tía en la Puerta <strong>del</strong> Sol para acompañarlas hasta<br />

la calle de Montera a oír misa de dos de la tarde en la iglesia <strong>del</strong> Buen Suceso.<br />

Después, aún ante las prevenciones de la tía, dábamos una vuelta por el Paseo<br />

<strong>del</strong> Prado en las sonrosadas tardes <strong>del</strong> otoño de Madrid, cabalgando al lado<br />

de la calesa ornada de madroños y alamares. Al anochecer íbamos al teatro.<br />

Era demasiado para el genio de don Bernardo. Se le ocurrió distanciarnos. Sus<br />

razones eran que el amor había que probarlo. Se llevó a Teresa a Bilbao, a una<br />

propiedad agrícola que tenía allí, y yo me quedé en Madrid, incapaz de retomar<br />

mis lecturas y las conversaciones trascendentales con el marqués de Ustáriz.<br />

Pero mi suerte estaba echada, y poco después ocurrió el incidente de la Puerta<br />

de Toledo. Mi soberbia porque unos guardias rasos insultaron la autoridad<br />

de mi uniforme de las milicias de los Valles de Aragua precipitó el suceso, y la<br />

prohibición de permanecer en la ciudad resolvió el problema. Después supe<br />

que era un pretexto, y que en realidad buscaban detenerme, como habían<br />

hecho con el tío Esteban. Era por haber frecuentado a Manuel Mallo. El marqués<br />

de Ustáriz me recomendó que fuera a Bilbao. Viajé en una diligencia, y<br />

la sonoridad de la vida me invadió de nuevo al encontrarme con Teresa. Me<br />

hospedé en un albergue de la calle <strong>del</strong> Matadero, y fueron unos meses muy<br />

importantes para mí. Conocí al comerciante Antonio Adán de Yarza, al coronel<br />

Mariano de Tristán y Moscoso, a mi pariente Pedro Rodríguez <strong>del</strong> Toro e Ibarra<br />

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