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Descargar PDF - Fondo Editorial del Caribe / Anzoátegui

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destino de amante, pues no a otra cosa le arrostraba el que Marina me hubiese<br />

rechazado. Durante la subida a los Apeninos, y al disponernos a caer por el<br />

otro lado, a orillas <strong>del</strong> río Arno, había vuelto a todos los sitios donde había<br />

discurrido cuanto amé en Marina para recomponer un paisaje de la memoria.<br />

Había dibujado así una Italia de la propia pasión, transformando callejuelas,<br />

fuentes, plazas, en el Río de la Pasión, en el Lago de la Felicidad, o en el Mar<br />

de la Despedida. Había hecho <strong>del</strong> país la propia Ternura insaciada, isla (ya<br />

entonces, presagio) de mi soledad. Al día siguiente Marina y yo estuvimos en<br />

la Piazza <strong>del</strong>la Signoria, que tanto me recordó aquella piazza de Ferrara por las<br />

palomas que volaban por todas partes. Era natural que, antes de hablar con<br />

ella como me lo había sugerido en un papelito al llegar a la ciudad el día anterior,<br />

yo me detuviera ante la fachada amarilla <strong>del</strong> Palazzo Vecchio, una elegante<br />

edificación coronada por un campanario almenado de noventa y cuatro<br />

metros, o me <strong>del</strong>eitara ante las numerosas estatuas en bronce que se exhibían<br />

en la Loggia <strong>del</strong>l’Orcagna, al aire libre, pues era una estructura techada, abierta<br />

por los lados, con tres grandes arcos de medio punto sobre pilares. Sin contar<br />

con que, perseguidos por palomas, nos plantamos ante el imponente David de<br />

Miguel Ángel, de más de cuatro metros de altura, levantado entre el Palazzo<br />

Vecchio y la Loggia <strong>del</strong>l’Orcagna. A Marina le encantó volver a encontrar, en el<br />

centro de la Piazza <strong>del</strong>la Signoria, otra Fuente de Neptuno. Yo desdeñé hablar<br />

nuevamente ante una representación más de aquel dios para siempre rechazado<br />

por mí, y ella lo entendió. Así que nos fuimos a la Loggia <strong>del</strong>l’Orcagna, y,<br />

recostados en uno de los arcos de medio punto, ella me anunció que tenía<br />

buenas noticias para nuestro amor, por lo cual debía cambiar mi cara de tristeza.<br />

El día anterior, cuando llegamos a las puertas de la ciudad, había visto<br />

con qué deferencia ella le presentó a su padre, el colonello Felicce Cardamone,<br />

a Manzoni. El colonello, un anciano de sesenta años, pequeño, fornido, vestido<br />

de civil, reconoció de inmediato a su mujer y se abrazó a ella. Después, Marina,<br />

que no lo conocía, pues había dejado de verlo a los siete años, fue apretada<br />

por él. Estaba desconcertada al constatar que aquel anciano era su padre.<br />

Pero si Marina quedó desilusionada con su padre, él no quedó en absoluto<br />

desilusionado con su hija. El colonello Cardamone pellizcó a su hija en el mentón.<br />

É una donna di bellissima stampa. Entonces ella le presentó a Manzoni como<br />

su novio y, de seguidas, a mis amigos y a mí. Él nos invitó a hospedarnos en<br />

su casa, pero yo rechacé la invitación, sin explicaciones. Simplemente, me<br />

a<strong>del</strong>anté a mis amigos y dije que no. Él no pareció sorprendido de mi conducta.<br />

Lo juzgó natural en hombres de las Antípodas, aunque Marina le aclaró que<br />

éramos de las Indias Occidentales. Fue condescendiente y nos invitó al día<br />

siguiente a su casa, para almorzar. Antes de despedirnos Marina me deslizó<br />

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